Reseña:»Checking de evidence. The Judge and the Historian», de Carlo Ginzburg.

Publicado septiembre 24, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Uncategorized

Por Adriana Pretel Santana

Maestría en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios)

Universidad de Guanajuato

Carlo Ginzburg [1] en su artículo nos presenta una reflexión general sobre el método científico utilizado por algunos historiadores y su similitud con el trabajo de un juez, ambos tienen que correlacionar testimonios con pruebas materiales con el fin para deducir lo que sucedió. El autor nos incita a plantearnos una interrogante, ante la evidencia ¿historiador o juez? En ese sentido la palabra evidencia, al igual que pista o prueba, son crucial para para ambos oficios. “El historiador, como el abogado, debía ser capaz de elaborar argumentos convincentes mediante la transmisión de la ilusión de realidad, y no mediante la exhibición de pruebas reunidas por él mismo o por otros.”[2]

Su análisis conduce a un argumento en el cual expone que existe un elemento que es necesario rechazar en la corriente positivista: la tendencia a simplificar la relación entre evidencia y realidad. Dado que el historiador se enfrenta a varias dificultades a la hora de procesar una fuente documental:

  1. Un documento puede ser falso.
  2. Un documento puede ser auténtico, pero poco fiable, en tanto la información que ofrece puede contener mentiras o errores.
  3. Un documento puede ser auténtico y confiable.

“En los dos primeros casos, la evidencia se descarta; en el último caso, se acepta, pero sólo como evidencia de otra cosa. En otras palabras, la evidencia no se considera como un documento histórico en sí mismo, sino como un medio transparente: como una ventana abierta que nos ofrece un acceso directo a la realidad.”[3]

Según Ginzburg existe una trampa opuesta para el historiador, es lo que él llama positivismo inverso. Ya que, en lugar de manejar la evidencia como una ventana abierta, la consideran como un muro que imposibilita cualquier acceso a la realidad. “Esta actitud antipositivista extrema considera todos los supuestos de referencia como una ingenuidad teórica. La ingenuidad y la sofisticación teóricas comparten un supuesto común bastante simplista: ambas dan por hecha la relación entre evidencia y realidad.”[4]

Los historiadores, ya se ocupen de fenómenos distantes, recientes o en proceso-jamás se acercan directamente a la realidad. Su trabajo se realiza forzosamente por inferencia. Es necesario un marco de interpretación y el análisis tanto de las características internas del fenómeno como de su dimensión contextual para llevar a cabo una reconstrucción histórica sólida.

El autor realza la necesidad de una historia social para el análisis histórico de los fenómenos que acompañaron siglo XIX, un nuevo contexto «necesitaba nuevas categorías teóricas, nuevos métodos de investigación y nuevos estilos narrativos».  Una historia social consciente de sugerir una dimensión histórica oculta o cuando menos muy poco visible. Gizburg pone como ejemplo los personajes reconstruidos en escala sobrehumana, como Jacques Bonhomme[5] o la Bruja[6], que se concibieron como proyecciones simbólicas de una multitud que compartía mismas condiciones e intereses. El autor la llama “zona periférica y borrosa que se encuentra entre la historia y la ficción.”

Para su posicionamiento final Carlo Gizburg toma los postulados del historiador Arnaldo Momigliano:

  1. El historiador trabaja sobre la evidencia.
  2. La retórica no es su trabajo.
  3. El historiador tiene que asumir criterios ordinarios del sentido común para juzgar su propia evidencia.
  4. No debe permitirse a sí mismo persuadirse de que sus criterios sobre la verdad son relativos y que lo que hoy es verdad para él, dejará de ser verdad para él mañana.

Al respecto expresa el autor “pero yo sugiero que se haga una distinción entre verdad, como principio regulador, y criterios de verdad. Los papeles respectivos de la verdad y la posibilidad son, en la investigación histórica contemporánea, un problema controvertido y todavía en discusión.”[7]

En ese sentido y para concluir podemos preguntarnos ¿debería ser la historia sólo de hechos, volviendo al historiador casi como un juez o debería ser una historia de ficción? En lo personal creo que debería ser una mezcla de ambos, un punto medio, un justo equilibrio.  Tal vez el verdadero problema es con las pruebas, cuando éstas no están totalmente disponibles o no arrojan los datos necesarios para construir nuestra investigación. Por tanto, los historiadores se ven obligados a adoptar un enfoque más narrativo e imaginativo.

Fuentes consultadas:

Ginzburg, Carlo (1991), “Checking the Evidence: The Judge and the Historian” en Critical Inquiry, vol 18, No. 1, pp. 79-92.

Citas:

[1] (Turín, 1939) Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Pisa. Tomado de http://www.fce.com

[2] Ginzburg, Carlo (1991), “Checking the Evidence: The Judge and the Historian” en Critical Inquiry, vol 18, No. 1, p 15

[3] Ginzburg, Carlo (1991),p 16

[4] Ginzburg, Carlo (1991), p 16

[5] Thierry (1820) “La verdadera historia de Jacques Bonhomme, a partir de documentos autenticos”.

[6] Michelet (1862) “La Bruja”

[7] Ginzburg, Carlo (1991) p. 23

Lo histórico.

Publicado septiembre 18, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Uncategorized

Charbel Jesús Hernández Fragoso

Maestría en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios)

Universidad de Guanajuato

¿Qué es la Historia? ¿Cuál es el objeto de estudio de la Historia? Por lo general estas dos preguntas se responden con acepciones más o menos concretas. La más común es aquella que dice: la Historia es la ciencia o disciplina que estudia las acciones pretéritas del hombre, el pasado.

Sin embargo, hay autores que afirman que la historia no puede acceder o conocer el pasado, por el simple hecho de que este no tiene una presencia física, no es corpóreo, por lo tanto ese pasado es inaccesible e incognoscible. Lo que se tiene entonces, como afirma Enrique Moradiellos, son las reliquias del pasado.[1]

Claro está que el pasado como tal no se le puede apreciar de manera física, pero a partir dichas reliquias o dicho de mejor manera, de los vestigios materiales de los actos humanos en el mundo que determinan la presencia de ese pasado en el presente, se puede y no de manera absoluta, analizar y conocer un pasado. Pero no cualquier pasado, en todo caso, el pasado que aún no ha pasado, pues sigue entre nosotros, lo histórico.

Un conocimiento, un saber o una ciencia –menciona Rodrigo Ahumada- siempre se definen primera y fundamentalmente por su objeto de estudio. Y “lo histórico” es sin duda el objeto de estudio de la Historia.[2] Pero ¿qué es lo histórico? O ¿qué es lo que determina que algo sea histórico? ¿Cualquier pasado puede ser histórico?

Luis González y González hace notar que hay dos concepciones de lo histórico entre el gremio de los historiadores, lo histórico natural y lo histórico humano. El primero tiene que ver con el origen y evolución del universo físico, del sistema solar, de la tierra, etc. El segundo se caracteriza por “La abundancia de rarezas o novedades”.[3] Una gran diferencia entre ambos y la importancia de lo histórico humano es, que mientras la naturaleza no sabe que tiene historia, el humano sí. [4]

No obstante y a pesar de que las fuentes de dónde saca la información para reconstruir el mundo histórico el investigador, son diversas “enormes, indeterminadas, movedizas, anchurosas e inagotables mientras exista la humanidad, “lo histórico está muy lejos de abarcar el conjunto del quehacer humano, pues sólo una mínima parte de éste ha dejado huella, y por ende, permite su conocimiento”, advierte González y González.[5]

Para autores como Henri Marrou, “un personaje, un evento, tal aspecto del pasado humano, solo son históricos en la medida que el historiador los califica como tales, juzgándolos como dignos de memoria porque algún le parecen importantes, activos, fecundos, útiles a conocer”. [6]

Entendido de esa manera, no todo el pasado puede ser histórico, pues tal y como afirma Jean Paul Sartre,  lo histórico “no se caracteriza ni por el cambio ni por la acción llana y simple del pasado, se define por la recuperación intencionada del pasado en el presente”.[7]

Citas y notas.

[1] Moradiellos, Enrique, «¿Qué es la Historia?» en El oficio de Historiador, México, Siglo XXI, 1994, p.7.

[2] Ahumada Durán, Rodrigo, “Problemas y desafíos historiográficos a la epistemología de la historia (segunda parte)”, en Revista Communio, No. 3, Santiago de Chile, Universidad Gabriela Mistral, 2000, p. 94.

[3] González y González, Luis, “Lo histórico”, en El oficio de historiar,  Zamora, Michoacán, México. El Colegio de Michoacán, 2003, p. 159.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Marrou, Henri, “Comment compendre le métier d´historien”, citado en  Rodrigo Ahumada Durán, “Problemas y desafíos historiográficos a la epistemología de la historia (segunda parte)”, en Revista Communio, No. 3, Santiago de Chile, Universidad Gabriela Mistral, 2000, pp. 97-98.

[7] Sartre, Jean Paul, Materialismo y revolución, Bernardo Guillén, Trad., Buenos Aires, Editorial La pléyade, p.8.

El sujeto: entre vida e historia

Publicado septiembre 10, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Aportaciones

Tags:

 

Por Ibisamy Rodríguez Pairol

Maestría en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios)

Universidad de Guanajuato

La experiencia de vida y las interrogantes del oficio de historiador confluyen en el trabajo de José Luis Romero “La vida y la Historia”. El destacado intelectual argentino se desenvuelve entre mediados del siglo XX. Sus vínculos con estudiosos europeos y latinoamericanos de la filosofía y la historia, unido a sus motivaciones personales le hacen profundizar en la historia antigua y medieval.

Se destacan en esta interacción con José Luis su propio hermano, Francisco Romero, quién como filósofo lo apoya en el terreno historiográfico acercándolo a corrientes y escuelas de pensamiento. Mantuvo también contactos con el dominicano Pedro Enríquez Ureña, logrando un acercamiento a la literatura latinoamericana. Por otro lado la presencia en la década del cuarenta de Claudio Sánchez Albornoz, en la Universidad de Buenos Aires, hace que lleguen a Romero las brisas de los novedosos estudios medievales. (Freijomil, 2012).

Posicionamientos políticos que se mueven entre antiperonismo y socialismo; unidos a una activa militancia cultural con empeños de modernización científica (Romero, XII); definen la conciencia histórica del autor y su vida como sujeto histórico. De ahí que “la vida histórica” se convirtiera para él en una obsesión teórica a descifrar. Poniendo en práctica la indagación en el pensamiento historiográfico, el estudio de la superestructura, así como  la organización social,  tanto de Europa como de Latinoamérica; desde la antigüedad hasta la modernidad, dotando de protagonismo espacial a las ciudades y sus dinámicas.

En toda su construcción teórica y explicativa de la vida y la historia, se halla la constante retrospectiva de la relación matizada pero ininterrumpida de la trilogía pasado-presente -futuro. Romero expone en el texto las formas en que se refleja esta relación constante de la vida en tres planos temporales. Siendo así queda enfrascado en explicarnos la posición del historiador como investigador de la vida en el pasado y la búsqueda de la verdad; siendo a su vez el individuo que como parte de una colectividad, espera en el presente ancioso de recibir respuestas, para de modo quizás más efectivo proyectarse hacia el futuro.

Pero el historiador sabe, y también lo explica Romero, que ante esta situación se impone un reto: mantener la coherencia entre nuestra conciencia de vida (en el presente), y nuestra conciencia histórica; aquella con la que debemos acercarnos e interrogar al pasado histórico. El historiador debe fundir sus experiencias personales con el rigor científico, la búsqueda exhaustiva,  las múltiples lecturas y la inconformidad ante lo superficial. Estos componentes deben quedar forjados durante su formación profesional. Solo así podrá mantener distante a  la siempre acechante subjetividad.

No deben perderse de vista las herramientas y los instrumentos teóricos y metodológicos que nos ayudan a buscar en el pasado respuestas a las interrogantes que se generan en el presente. ¿Para qué conocemos? , ¿Para qué queremos conocer al hombre?, ¿Qué relación hay entre existencia y conocimiento? (Romero, 2008.p.65); son solo algunas de las preguntas que podría responder la Historia. Pero esta última no se haya sola en este empeño, la acompañan otras ciencias y disciplinas con las que es necesario abrir el diálogo.

Sin embargo es nuestra percepción que Romero no muestra un gran interés por explicar los aportes y limitaciones de los paradigmas historiográficos del siglo XX. Se detiene generalmente en ejemplificaciones que lo centran en la escuela metódica o positivista de finales del siglo XIX y,  su batallar por legitimar a la Historia  frente a las escuelas naturalistas. Hace énfasis en esa necesaria transición de la Historia como saber erudito a historia como ciencia objetiva.

Esta lectura abre paso a otras perspectivas de análisis sobre algunos de los tantos problemas teóricos que enfrenta el historiador. Llamando esta vez a la reflexión y el diálogo sobre el sujeto y su devenir entre vida e historia;  a pesar de los pesimismos que se empeñan en rondar nuestra labor.

Bibliografía:

Freijomil, Andrés G. José Luis Romero 1909-1977. Disponible en: https://introduccionalahistoriajvg.wordpress.com/2012/06/25/. Consultado el 11 de agosto de 2016.

Romero, José Luis. (2008) “La historia y la vida”. México, Siglo XXI.

Romero, Luis Alberto. Prólogo a Latinoamérica. Las ciudades y las ideas. Disponible en: http://www.unsam.edu.ar/escuelas/politica/centro_historia_politica/romero/libro.pdf. Consultado el 11 de agosto de 2016.

El historiador: entre la ‘torre de marfil’ y la divulgación histórica.

Publicado junio 28, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Uncategorized

Por Valeria Alejandra Olivares Olivares

Doctorado en Historia

Universidad de Guanajuato

Sin duda uno de los temas que ha captado la atención de los teóricos de la historia en las últimas décadas, es la dimensión ética de la labor historiadora. De esto, dan cuenta las iniciativas por abordar una preocupación nueva y creciente.[1] Las principales preguntas que han emergido de esta dimensión, son las relativas a la utilidad de la historia,[2] la función social del historiador,[3] la responsabilidad con su profesión[4] la conexión que se demanda al historiador con la comunidad[5] por mencionar las más relevantes.

gertrude-abercrombie-la-torre-de-marfil-pintores-y-pinturas-juan-carlos-boveri

Imagen tomada del sitio http://rebex.educarex.es/?p=616986

Ante esto, el historiador español Francisco Javier Capistegui, ha resaltado la historicidad de la función social del historiador, en relación a etapas definidas por el lugar que la historia ha tenido desde el siglo XIX hasta la actualidad. Luego de reconocer que el historiador es valorado respecto a la apreciación que se tiene de la disciplina y por lo tanto, su papel social es una cuestión tan variable como la propia historia, el autor identifica el papel social del historiador en relación a su función de «investigador, profesor, educador cívico, profesional cuasi-liberal e inclusiva creador de memoria –nacional, grupal o individual» (Capistegui, 2006: 92).

Frente a este escenario, el historiador se encuentra ante dos posibilidades de definir su papel social: la primera, materializarla desde «la torre de marfil» que implica la academia, mientras que la segunda sería traspasar las densas paredes de su refugio, para divulgar la historia en su comunidad. Ambas, si bien no son excluyentes, exigen al historiador ser crítico; el primero ante la rigurosidad de su trabajo y el segundo ante su rol como actor que debate su entorno social.

Por lo anterior, siguiendo lo planteado por Capistegui, la forma de delimitar el papel social del historiador en la actualidad, requiere de un ejercicio de contextualización y auto-observación crítica. Si partimos de la premisa que en el caso latinoamericano el historiador parece estar más ligado a la «torre de marfil» que a la conexión con la comunidad, la principal función social sería acercar la historia a su medio. La tarea de difusión histórica en congresos y encuentros con los pares, así como la divulgación histórica con la comunidad y el «ciudadano de a pie», son tareas que se vuelven urgentes.

Por esto, más que certidumbres, la definición del papel social del historiador, es una invitación a los historiadores e historiadoras a pensar en qué medida la profesión está siendo útil para la sociedad, no en el sentido instrumental sino ético del asunto. Si bien, se propone prestar atención a la divulgación y difusión de la historia, la forma de conectar el oficio del historiador con la comunidad encuentra otros espacios, como la enseñanza, que inciden en la formación de nuestras comunidades. El tejer redes con el medio social, es un ejercicio que enriquece la definición de qué es ser historiador en la región latinoamericana, que lejos de ser una tarea fácil, se convierte en un arduo trabajo para comprender el papel social del historiador en nuestros días.

[1] Dos ejemplos fueron el dossier de History and Theory 43/4 del año 2004 y el primer número de la Revista Alcores, que abordan la cuestión de la responsabilidad ética del historiador.

[2] Marrou, Henri-Irénée (1999) “La utilidad de la historia”, en El conocimiento histórico. Barcelona, Idea Universitaria.

[3] Florescano, Enrique (1995) “La función social del historiador”, en Vuelta No 218, enero de 1995, México.

[4]Rüsen, Jörn (2006) “Responsabilidad e irresponsabilidad en los estudios históricos. Una consideración crítica de la dimensión ética en la labor del historiador”, en Alcores. Revista de historia contemporánea, No 1. La(s) responsabilidad(es) del historiador. Salamanca, Universidad de Salamanca; Mandler, Peter (2006) “La responsabilidad del historiador”, en Alcores. Revista de historia contemporánea, No 1. La(s) responsabilidad(es) del historiador. Salamanca, Universidad de Salamanca.

[5] Chanet, Jean-François (2006) “El desencanto de la gran nación”, en Alcores. Revista de historia contemporánea, No 1. La(s) responsabilidad(es) del historiador. Salamanca, Universidad de Salamanca.

De las nacionalidades a las comunidades y sentimientos comunes.

Publicado junio 20, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Uncategorized

Por Juan Camilo Riobó Rodríguez

Doctorado en Historia

Universidad de Guanajuato

El oficio del historiador no sólo trata de construir un pasado desde su ejercicio intelectual, a través de fuentes e interpretaciones de los fenómenos sociales, es una labor que también atraviesa diversos procedimientos y funciones dentro de la disciplina, que deben atenderse al mismo nivel de la rigurosidad teórica y metodológica. Uno de estos campos atañe al papel del historiador, implicaciones que obedecen a la producción intelectual del investigador y su participación e interacción con la sociedad. Esto debido a que la historia no puede ser minimizada como un ornamento, cuya única función es la descripción y recuento de hechos en una línea cronológica determinada.

En esta consideración, existe un lugar social para la historia y el historiador, entendido como el escenario donde la escritura histórica se vivifica y transita por la significación de las comunidades: la ética. Este campo obedece a las maneras en las cuales el historiador, como figura de conocimiento participa en las problemáticas de la sociedad, en el intercambio y debate de su ejercicio analítico del pasado y los hallazgos detectados en su visión.

Una reflexión que nos permite vislumbrar la arista ética del historiador, es la profundización del especialista francés Jean François Chanet. El autor en su artículo “El desencanto de la gran nación”, [1]  realiza un recorrido historiográfico por las tendencias y escuelas que se encargaron de proyectar la historia francesa, señalando que desde el siglo XIX, la gran preocupación de los historiadores, ha sido consolidar la tesis del Estado Nación en Francia, desde los cimientos de la Revolución Francesa en 1789, hasta  el final de la Tercera República en 1940.  Bajo este contexto, los historiadores buscaron dotar la patria con los ideales nacionalistas (libertad y nación) que les permitiera facilitar la construcción de una unidad nacional  y vivir en una democracia republicana.[2]

Sin embargo, como lo menciona Chanet, los historiadores que apostaron al nacionalismo como respuesta a su labor social, comenzaron a sufrir una crisis de confianza en el nuevo contexto, pues la Francia de la Tercera República, se había volcado al calor de nuevas problemáticas como: el colonialismo, las inmigraciones, la inestabilidad económica y política, entre otras. Se necesitaba entonces, un nuevo combate por la historia, que promulgara por un historiador capaz de retomar el pasado para participar en el presente. Esta lucha tiene lugar no solo en los altos estamentos y gobiernos, debe según Chanet, actuar en tres pilares fundamentales de la sociedad francesa: la enseñanza, la justicia y la memoria, a partir de los sentimientos e intereses comunes de los franceses.[3]

Los argumentos del historiador francés, nos sirven para comprender la importancia de remitirnos a una labor social del historiador, que como intentamos mencionar no obedece al recurso ornamental de la disciplina, en cambio, significa que el especialista en la historia tiene un campo de participación directo. En este sentido, partiendo de los aportes de Chanet,[1] es posible afirmar que se necesita constantemente una batalla por la historia, una lucha en diferentes frentes como la memoria y la educación, que ahonden los conflictos de las comunidades en sus intereses y sentimientos. Un papel donde el historiador, en su rigor disciplinario, contribuya al análisis de los fenómenos que emergen en la realidad, un dialogo permanente entre el pasado presente, en el que su juicio intelectual lo conduzca a la creación de conocimiento histórico y la elaboración de discursos críticos y reflexivos.

[1] Jean François Chanet, El desencanto de la gran nación, p. 98.

[1] Jean François Chanet, El desencanto de la gran nación, Revista Alcores, 2006, pp. 95 – 101.

[2] Jean François Chanet, El desencanto de la gran nación, p. 97.

[3] Jean François Chanet, El desencanto de la gran nación, pp. 98 – 99.

Devolver el pasado y hacer justicia a los muertos

Publicado junio 13, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Uncategorized

 

Por Jenny Zapata de la Cruz

Doctorado en Historia

Universidad de Guanajuato

Jörn Rüsen (2006) en el artículo “Responsabilidad e irresponsabilidad en los estudios históricos, una consideración crítica de la dimensión ética en la labor del historiador” plantea cómo debe practicarse la ética y la función social del historiador; reside en las entrañas  de la responsabilidad, se apega a la conducta moral del ser humano que dicta la sociedad, es decir, el historiador antes de la investidura de la ciencia histórica -que investiga y elabora-, es un sujeto normalizado, socializado y  desde allí reconoce cuál es la práctica, el deber y el ser responsable ante la sociedad que merece la verdad histórica.

La responsabilidad que propone Rüsen está vinculada con el sujeto[1] que comprende cuál, cómo debe actuar y servir a su sociedad. Aunque no lo dice Rüsen los historiadores son sujetos que se deben a su sociedad a su tiempo y los que vendrán. Ser historiador y  hacer historia son una misma cosa, y se enfoca en saberse “responsable”.

Las preguntas que este argumento de la responsabilidad genera es ¿para qué?, ¿para quién o quiénes se debe ser responsable?, es evidente que para Rüsen la responsabilidad es para uno mismo y para lo sociedad,  porque se vive en sociedad, es ella la que espera nuestras aportaciones y en ella se debe sembrar y entregar la justicia histórica, ¿cuál es la justicia histórica? es aquella que se le hace a los caídos en guerra, en batalla, a los muertos y a los familiares de los  difuntos: por eso la piensa en tres niveles:

1.- La responsabilidad de la conmemoración del pasado.

2.- En el presente son los historiadores los responsables del fututo.

3.- Hacer justicia a través de la explicación y comprensión del pasado.

 

Por tanto  la responsabilidad del historiado es orientar en la vida cotidiana a través de la comprensión y aprensión de la memoria esa que le da significado al tiempo, a los actos ocurridos, los cambios, rupturas, batallas que marcan a la sociedad; como bien expresó Rüsen el historiador está obligado a mirar de frente y comprender eso que ha sucedido aunque sea doloroso para el mismo historiador; entregar cuentas  a la sociedad de aquello que no “sabe” cómo y por qué ocurrió.

Hay que señalar que esta propuesta de la ética del historiador  no deja de lado la recuperación de la memoria, para esto propone la intersubjetividad de los valores en el tiempo, entender, comprender y explicar cómo están allí en el pasado que sentido van adquiriendo según pasa, según llega el presente; la labor  del historiador  precisa en  iluminar de forma intersubjetiva aquellos valores que otros han olvidado u omitieron deliberadamente para no recordar  la oscuridad del pasado en el presente.

Podemos cuestionar este prototipo ético del historiador que se caracteriza como el “único” recuperador y responsable de la memoria del pasado, por momentos se nos viene a la mente aquel historiador que anda cargando en sus hombros los traumas sociales del pasado” dispuestos a explicarlos en el presente, para Rüsen el historiador en su función social lo dibuja igual  psicólogo con el plus que es historiador y comprende el tiempo.

Rüsen  prescinde en reflexionar que la memoria creadora de identidad no es exclusiva  del historiador, pero esta omisión nos permite exponer y pensar que hay  otras formaciones y profesiones que han contribuido a la identidad de un pueblo o grupo social, en el caso mexicano la identidad nacional estuvo en manos de antropólogos, lingüistas desde las instituciones a finales del siglo XIX y principios del XX, es el caso de Manuel Gamio –antropólogo- que se esforzó en explicar la identidad del mexicano a través de vestigios arqueológicos y las prácticas de los pueblos indígenas, no es fortuito que en 1916 escribiera su obra “Forjando Patria” en la que hace un recuento histórico-antropológico –desde su visión- qué nos hace ser mexicanos y qué somos en el mundo como nación; por supuesto que se cuestiona esa labor, preguntarnos ¿quién  o qué instituciones necesitaban de Forjando Patria?¿la sociedad necesitaba Forjando Patria en realidad?; las  mismas preguntas aplicaría para  cualquier historiador que tuviera esta voluntad social, sería el caso de Luis González Gonzales que ha escrito de forma sencilla para niños el Álbum de México en 1998, al interior contó con  series de estampitas que contaban de forma visual y con frases cortas a las culturas prehispánicas llegando hasta el “México actual de 1982”. ¿Cumplió su función social como historiador?

En pero hay otras disciplinas que han hecho lo propio,  en el caso del arte han recuperado la memoria con belleza e intersubjetividad histórica, hay un sector que no profesionaliza, ni convierte en fuente “histórica, etnográfica o antropológica” la memoria –de lo trágico- sino la conmemora por medio de expresiones artísticas, es el caso del “trauma” del fin de la Segunda Guerra Mundial en Japón, coreógrafos, bailarines que resistieron a olvidar encontraron la forma de contar el catástrofe y se viera con otros matices, otros tintes, ese fue el esfuerzo de Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata[2]; reinventaron la Danza y crearon el Butoh que de alguna manera como diría Rüsen hacen justicia a los inocentes bombardeados en 1945 en Hiroshima y Nagasaki. Contando lo que pasó, se ocultó al mundo a través de la expresión artística –del cuerpo-

Aunque Rüsen no lo plantea, pero si nos ofrece pensar que la responsabilidad del historiador también está en observar cómo y  por qué otros oficios de las ciencias sociales, humanidades actúan de la misma manera que el historiador, en esforzarse por no olvidar el pasado que marcó a determinada sociedad, sin embargo, el deber del historiador está en dar cuenta por qué se es así  como sociedad en el presente, otra labor del historiador es escribir de forma sencilla, hablar del pasado en el presente con el lenguaje que requiera nuestra sociedad; también es un compromiso que Rüsen nos invita a afrontar, la verdad de la ciencia histórica no se elimina, si nos cercamos más a la sociedad, salir del  cubículo y del archivo  para devolverle a la sociedad lo que nos da es quizá lo que nos propone Rüsen.

 

Referencias Bibliográficas

Foucault Michel, (2009), EL coraje de la Verdad, Editorial Fondo de Cultura, Buenos Aires

Gamio Manuel (1916) Forjando Patria, pro nacionalismo, Editorial Porrúa.

González González, (1998), Luis,  Álbum de México, editorial Clío.

Navel and A-Bomb (Heso to genbaku) Eikoh Hosoe and Tatsumi Hijikata, link: https://www.youtube.com/watch?v=DlgAqjzT3JE

Rüsen Jörn, (2006) “Responsabilidad e irresponsabilidad en los estudios históricos, Una consideración crítica de la dimensión ética en la labor del historiador”, Revista de Historia Contemporánea Alcores,  No. 1

[1] Desde el punto de vista de Michel Foucault (2009) el humano se hace sujeto cuando se controla a través de las normas  sociales

y leyes jurídicas, se es sujeto aprendido a esa realidad y a los parámetros “del bien o el mal” que están mediados y regidos por las instituciones que nos conducen

[2] Danza Butoh, obra de 1960 “Navel & A-Bomb, link: https://www.youtube.com/watch?v=2jdX0jn9tAw

 

La responsabilidad social del historiador (comentario a un texto de Peter Mandler)

Publicado junio 6, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Uncategorized

Por Felipe Mera Reyes

Doctorado en Historia

Universidad de Guanajuato

Peter Mandler nació en 1958 en Estados Unidos, actualmente es profesor de historia cultural moderna en la Universidad de Cambridge y presidente de la Royal Historical Society en Gran Bretaña, donde ha desarrollado gran parte de su trabajo académico. Ha escrito acerca de historia política, cultural, social e intelectual, especialmente de los siglos XIX y XX.

En su texto “La responsabilidad del historiador”, Mandler reflexiona sobre la labor de los profesionales de la historia desde un punto de vista sumamente crítico y audaz, intenta delinear la que considera es la real responsabilidad social de nuestra disciplina en los albores del siglo XXI. Reprocha las ideas tan difundidas de la historia como maestra de lecciones morales y prácticas, así como la noción de la historia como fuente de identidad para las sociedades.

Cabe aclarar que el autor indica que no puede haber una única definición de responsabilidad, por tanto sus reflexiones son personales, indicativas y provisionales. Para él, los historiadores tienen responsabilidades especiales, y buena parte de ellas es tener una firme conciencia de su contexto y perspectiva, desde dónde realizan sus respectivas enunciaciones.

Las críticas que el texto contiene son claramente cinco, y apelan a reconsiderar lo que hemos entendido tradicionalmente por “nuestra responsabilidad”. Dichos enunciados pueden resumirse de la siguiente manera:

1.- No es oficio del historiador actuar como la brújula moral de la sociedad, ni siquiera para dar lecciones. Para el autor, moralizar la historia distorsiona la agenda de la investigación histórica y afecta el desempeño de un profesional. Si bien, las cuestiones éticas están presentes en las ciencias sociales y las humanidades, es preciso no exigir al historiador más de lo que en realidad debe y puede darnos al respecto.

2.- No es oficio del historiador ser juez y jurado de la sociedad. Para Mandler, el historiador no está preparado para contribuir a los procedimientos judiciales, en los que se trata de dilucidar la inocencia o culpabilidad de un sujeto, esto sucede porque los tribunales de justicia rara vez están pensando en el « ¿por qué?» de las situaciones controversia. En otras palabras, el sistema judicial busca decidir si alguien es culpable o no, pero no busca explicar el porqué de las acciones de los individuos, y en eso radica la profunda diferencia con el historiador.

3.-No es responsabilidad del historiador dotar de “identidad” a los pueblos. Mandler nos dice que la historia pudo haber tenido esta función, sobre todo con nociones como las de «tradición y costumbre» en momentos que él llama pre-modernos; sin embargo, hoy en día, afirma tajantemente, ya no es posible que sea responsabilidad del historiador dotar de identidades a las sociedades globalizadas. En el siglo XXI, el acceso a la información y a múltiples elementos culturales trae como consecuencia que los individuos tengan una amplia gama de posibilidades identitarias y que de ninguna manera la historia sea la única válida para poder responderse a sí mismos “quiénes son”. No obstante, pienso, que la historia se usa, querámoslo o no, para dotarnos de identidad cultural y social a los pueblos, independientemente de que así lo convenga el historiador. Al menos en el caso de México, nuestra tradición identitaria y de reforzamiento de la misma gracias a la historia, es muy fuerte; quizás en sociedades como Gran Bretaña, desde donde Mandler escribe, este fenómeno se presente de manera distinta, pero tanto en el primer caso como en el segundo, estaremos en el plano de las intuiciones y las generalizaciones sin un real  fundamento cualitativo y cuantitativo. En lo que si he de coincidir con el autor es en que la investigación historiográfica se vería seriamente distorsionada por un profesional que se proponga, desde el comienzo de su labor, escribir historia para crear identidades en otros; ya que ninguna producción histórica deja de ser ideológica, la delgada línea entre la subjetividad consiente y la distorsión en pos de una meta tan compleja como ésta, es muy fácil de cruzar, al menos desde la perspectiva objetivista de la historia.

4.- No pertenece al oficio del historiador tener que ser irremediablemente un buen ciudadano del estado y nación en que trabaja. En este punto Peter Mandler realiza un llamado a la no politización del historiador, y así como considera que el dotar de una identidad a la sociedad desde la cual escribe actúa en detrimento de la labor historiográfica, también considera que la colaboración directa con la política trae consecuencias negativas para los historiadores, ya que no es parte de su formación concreta el desempeñar las funciones del político.

5.- No es responsabilidad del historiador proveer a las “demandas del mercado”. En este último punto el autor critica a la «industrialización cultural y del conocimiento», y también a quiénes consideran que el fenómeno de la globalización sólo puede traer repercusiones positivas para la cultura, el conocimiento y la generación de éste. Mercantilizar la labor de los historiadores es reprobable desde cualquier punto de vista. El conocimiento, si bien es un objeto de consumo cultural hoy en día, el generado por la historia siempre ha buscado escapar a la burda comercialización del mismo. No obstante, este reto es cada vez más omnipresente para el profesional de la historia.

Llegados a este punto, el lector se preguntará por la pertinencia de las críticas de Peter Mandler. Independientemente de que estemos o no de acuerdo, lo que subyace en la propuesta de este autor es un intento de defensa de la labor del historiador, de mantener bien claros los objetivos de la disciplina y de olvidarse de aquellas funciones que resultan secundarias, o dañinas, siguiendo la lógica del autor. No obstante, y Mandler lo sabe, esto nos conduce peligrosamente a una labor historiográfica acorralada, solitaria, sin ningún tipo de contacto real con la sociedad y su realidad. Cuestión que metafóricamente él mismo llama “encerrarse en una torre de marfil”.

La crítica mordaz de Mandler sobre la responsabilidad del historiador, y sus aventurados supuestos, tienen un trasfondo que llama nuestra atención sobre lo erróneo que supondría pensar atemporalmente a la función y la ética de los historiadores. Mandler parece llamar con este texto, a la actualización de una profesión en medio de una realidad global, cada vez más cambiante y distante del siglo XX, cuyo referente aparece una y otra vez a lo largo del texto.

El texto completo aparece en:

Mandler, Peter (2006) “La responsabilidad del historiador”, en Alcores. Revista de historia contemporánea, No 1. La(s) responsabilidad(es) del historiador. Salamanca, Universidad de Salamanca.

La objetividad comprensiva en la historia

Publicado May 28, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Aportaciones

Por Jenny Zapata de la Cruz

Doctorado en Historia

Universidad de Guanajuato

Raymond Aron en su obra: Introducción a la filosofía de la historia[1],   en “Los Limites del conocimiento objetivo del pasado” analiza el cómo y el por qué en la ciencia de la historia en su naturaleza y en la práctica es comprensiva, sin que esto evite alcanzar la objetividad y por ende es un camino distinto de llegar a la verdad.  Por tanto, la discusión que emprende en la década de los 40 (del siglo XX) con este trabajo es para evidenciar el hecho de la objetividad-verdad en las ciencias sociales y en particular en la ciencia de la historia; para ello toma el rumbo comparativo de los abordajes teóricos de la causalidad de la sociología y la comprensión histórica. Nos advierte que en ambos enfoques se excluyan entre sí, aboga Aron (2006) que se esforzará “[…] por sacar a luz la independencia y la solidaridad de los métodos, en el orden teórico y en el orden práctico al mismo tiempo” (Aron, 2006: 380).

Entonces, propone que el sociólogo utiliza el método comparativo que conduce a la causalidad de los hechos sociales y este le permite establecer leyes generales del comportamiento social y crear modelos como  los tipos ideales que le conducen al determinismo social; el  modelo –de tipos de Weber- ayuda al sociólogo a encontrar las regularidades globales en algún acontecer social; eso que ve en Weber como las casualidades racionales de un patrón respectivo de un hecho social,  los contiene en los tipos ideales, deja claro que no es un individuo sino el tipo representa  a un grupo social; explica –que el tipo-; en esta construcción sociológica –del tipo y las leyes globales- de ninguna manera “se rompe con las evidencias cotidianas. Se fija el desnivel entre el tipo ideal y el concreto sin llegar a escoger entre los esquemas, puesto que se acepta de ante mano que la realidad no le corresponde exactamente” (Aron, 2006: 386).

Por lo tanto en la historia o el historiador no construye tipos ideales que pueda aplicar a hechos ya ocurridos, no existe la escala general casual según Aron que imponga leyes para comprender el devenir histórico ni los actos pasados de un individuo, argumenta que el historiador trabaja con acciones ocurridas, univocas; para Aron la historia es una ciencia que encuentra la verdad en la pluralidad, en lo singular del hecho histórico, en la acción individual acontecida.

El documento es la fuente que permite acceder al pasado y a través del documento ocurre la comprensión, por tanto es la vía conducente de la verdad y al mismo tiempo es el límite del historiador porque “las cosas pasaron como pasaron, los hombres fueron como fueron y el espíritu se da por satisfecho con una contemplación o participación tan indiferente a la incertidumbre de lo que será como a la fatalidad de lo que fue” (Aron, 2006:387).  De las cosas que pasaron y que así son y seguirán siendo, es allí, -interpretando a Aron- donde radica el determinismo y el límite del acontecer histórico pero no de la acción de la investigación histórica, el historiador desde el presente interpreta y supone de diversas maneras el hecho histórico y comprende la fuente hasta construir la narración, el lenguaje histórico que le permite alcanzar el nivel de verdad.

Aron invita a que utilicemos en la medida de lo posible las casualidades, los tipos ideales sociológicos para la práctica histórica, nos servirán para contextualizar al individuo en lo general en su devenir histórico. Es posible que al pensar en las causalidades en la historia y quizá en tipos ideales, se deba construir con hechos económicos, acciones políticas, instituciones y con individuos que hayan marcado un ritmo distinto en la historia de un país o una región, podría decirse que en la historia política o la historia económica hay estructuras causales y totales que podrían explicarse y comprenderse a su vez.

Sin embargo, los acontecimientos históricos con la propuesta de las causalidades y lo que implica la construcción de leyes, patrones, constancias de un hecho social, metería al historiador en la tarea de explicar los determinismos acontecimientos ocurridos si es que existe está posibilidad práctica; esto orilla a preguntarnos ¿es objetivo de la historia plantear causas, leyes de comportamientos para comprender un acontecer particular? Para concluir Aron en este apartado no deja claro cómo podemos resolver en la práctica el determinismo histórico cuando se emplea el modelo de lo causal-leyes y tipos ideales, quizás es una tarea que podamos analizar en el siglo XXI y que se ha despreciado durante el siglo XX.

Referencias.:

Aron, Raymond (2006) “Los Limites del conocimiento objetivo del pasado”, Introducción a la filosofía de la historia, Editorial Losada, Buenos Aires, Argentina

Weber, Max, (1979), El político y el científico, introducción de Raymond Aron, El Libro de Bolsillo, Editorial Alianza, Madrid

 

[1] Esta primera parte pertenece a la sección IV, intitulada “Historia y Verdad” y la traducción corrió por parte de la editorial Losada en 1946. (Editorial Losada, 2006, Buenos Aires, Argentina).

 

Ante el determinismo histórico

Publicado May 24, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Aportaciones

Tags:

Por Paulina Lizeth Chávez Santillán

Doctorado en Historia

Universidad de Guanajuato

Hace poco más de un siglo, en el debate entablado en nombre de la cientificidad de la ciencia histórica fueron definidos elementos fundamentales en relación a la cuestión epistemológica. Uno de los que recibió gran atención fue el establecimiento de la causalidad histórica, de la posibilidad de descubrir las regularidades que guían el devenir, y aproximar con ello el planteamiento de previsiones para el futuro. Consideramos que esto se vio acompañado de las perspectivas o filosofías que sostenían la existencia de un determinado fin en la historia, como la hegeliana o la marxista entabladas en el siglo XIX.

Las categorías de causalidad y finalidad determinadas en la historia, han representado un esfuerzo por hacer frente a la contingencia inherente del devenir como una forma de otorgar cierta certidumbre ante el caos histórico, y que ésta se ha intentado fundamentar en el discurso científico que, en gran medida, apela por la utilidad de la producción del conocimiento. De modo un tanto simplista sería como afirmar que la historia sirve para no cometer en el presente, los errores del pasado, o para prevenir un cierto estado de cosas en el futuro que serían derivadas del descubrimiento de leyes históricas.

Desde que la mediación de la Providencia en el devenir comenzó su declive, cuando los humanistas del Renacimiento profanaron el sentido de la historia al analizar los sucesos más allá de causas sobrenaturales, se debió considerar otra teleología capaz de otorgar sentido al caos histórico.  Es así que la Razón, ocupará ese lugar como fundamento del conocimiento por excelencia y guía del devenir a partir de la Ilustración, aunque anteriormente, hubo que tomar a cuenta el proceso por medio del cual los individuos se relacionan con los objetos de la realidad, partiendo del pensar, de la cogitatio cartesiana, noción que en el pensamiento occidental se fue desarrollando como conciencia.

De tal forma, la Razón se impuso a la Providencia como una estrategia portadora de sentido en la historia, la consumación de una teleología, fuera de leyes divinas, ahora ancladas a la Idea de Progreso, la cual, fundada en la creencia de un continuum, pretendió borrar la irrupción de los acontecimientos. Así, el desenvolvimiento del devenir fue comprendido como una idea de desarrollo continuo y el individuo en conformidad con éste, se autocomprendió como actor de la historia manifiesta dotada de sentido, posibilitando una relación “amistosa” entre el individuo y el transcurrir. Metafóricamente, diríamos que le dotó de un ancla a la cual asirse en el mar de la contingencia, de una certidumbre, por pequeña que fuese, de la dirección de los tiempos.

Tal desarrollo estuvo favorecido por la categoría de continuidad, por la posibilidad de aislar de la realidad las estructuras más firmes que estaban constituidas por regularidades que podían descubrir los elementos geográficos o culturales que operaban y se extendían a grandes periodos históricos. Podemos destacar así el pensamiento de algunos integrantes de la Escuela de Annales como Fernand Braudel y la Longue Durée así como las aportaciones que tuvieron lugar a finales de la década de los setentas con la Nouvelle Histoire, especialmente la historia de las mentalidades.

Esta tradición historiográfica estuvo precisada por una metodología que podríamos caracterizar, en primera instancia, por apelar a una historia integral (sino global) que incluyera las aportaciones que las disciplinas fronterizas brindaban al análisis histórico; por elaborar conjuntos coherentes de documentos para integrar las series, que a través de un tratamiento cuantitativo o cualitativo podrían sacar a las luz las regularidades, las frecuencias o rupturas así como las relaciones de tipo lógico o causal que se podían extraer.

La noción de causalidad es el otro elemento que acompaña este proceso de inteligibilidad y de sentido de la historia, a través del cual podríamos explicar los móviles de los sucesos en términos generales y, dada la repetición o la frecuencia de factores determinantes, plantear leyes del devenir y extenderlas hacía el futuro. Para ello, según Raymond Aron, quien analizó la cuestión del determinismo histórico, habría que operar desde lo macroscópico, de los grandes rasgos que pueden extraerse de “los hechos considerados como propiamente sociales: sistemas económicos, regímenes de propiedad, organización de la cultura, muestran una evolución más coherente. Menos dócil a las iniciativas de las personas (…)”.[1]

Se trata entonces de observar lo general y lo estructural, hasta donde ya no sea posible vislumbrar el acontecimiento ni el accidente que irrumpen en una continuidad prefigurada haciéndola tambalear, dando lugar a lo discontinuo que habría de ser eliminado o no visto para poder establecer aquellas leyes.

Sin embargo, en la discontinuidad se encuentra también la riqueza de los análisis históricos, no sólo porque se trata de interpretar las particularidades, sino también por la emergencia de ciertos sucesos que transforman el devenir tanto como la idea que se había tenido del mismo, poseen un potencial indiscutible de análisis históricos o filosóficos tan necesarios para comprender la realidad circundante presente o pasada.

La Idea de Progreso fundada en la Razón dio muestra de variadas crisis a lo largo del siglo XX, y aquí Auschwitz resulta emblemático por toda la barbarie que pudo conjuntar, por todo lo que provocó el posterior ocultamiento de los crímenes nazis y explícitamente de las víctimas judías, de toda la incomodidad social, ética e histórica que tal acontecimiento logró despertar ante la imposibilidad de explicarlo en el correlato de un devenir fundado en la razón.

En gran medida, las cuestiones políticas, religiosas, las motivaciones personales o la voluntad de poder explícito, juegan importantes papeles en el devenir histórico y consideramos que son irreductibles a leyes generales. Sin  duda, todos aquellos elementos que podríamos considerar estructurales en una sociedad dada configuran un escenario en el que tales o cuales sucesos tienen o podrían tener lugar pero no son determinantes o determinados de una vez y para siempre.

[1] Aron, Raymond, “El determinismo histórico” en Introducción a la filosofía de la historia, Buenos Aires, Losada, 2006, p. 323

 

La Historia ¿una disciplina auxiliar? Su campo de trabajo en la Filosofía

Publicado May 16, 2016 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Aportaciones

Por Larisa González Martínez

Doctorado en Historia

Universidad de Guanajuato

Cuando se habla de Historia es imposible no pensar en todas las disciplinas que siempre se han considerado sus auxiliares, como la arqueología, la paleografía, la numismática, la heráldica, la diplomática y otras.  Gracias al trabajo realizado por estas áreas del conocimiento el historiador tiene la posibilidad de resolver una gran cantidad de problemáticas que trae consigo el tratamiento, estudio y análisis de las fuentes para la construcción del discurso histórico (Torres Fauaz, 2011, p. 126).

Sin embargo, ¿podría la Historia ser ella misma una disciplina auxiliar?, en caso afirmativo ¿de qué forma podría desempeñar este papel?  El historiador francés Henri-Irénée Marrou (1904-1977) proporcionó en su momento una interesante respuesta a estas preguntas, que va muy de la mano con el añejo problema de la utilidad de la Historia.

Así, para Marrou la Historia posee varios usos entre los que destacan la comprensión de la propia situación histórica, el encuentro con el Otro (1999, pp. 199-200), el enriquecimiento interior “mediante la captación de los valores culturales recuperados del pasado” (1999, p. 203) y un importante papel como auxiliar del pensamiento en el vasto y relevante campo de acción de la Filosofía (1999, p. 210).

Con relación a este último aspecto Marrou menciona que la Historia ayuda a los filósofos ampliando sus horizontes de reflexión, auxiliando en la toma de conciencia de la complejidad y las implicaciones de los problemas que éstos abordan, proponiendo soluciones u objeciones para estas mismas problemáticas que tal vez el pensador no había visualizado, además de que le permite salir de una “inevitable estrechez de miras” provocada por el aislamiento, después de lo cual incorpora al filósofo “a la más vasta sociedad de los espíritus por medio de un diálogo siempre enriquecedor” (1999, p. 210).

En medio de este diálogo y con la ayuda de la Historia, el filósofo puede tomar cada una de las doctrinas que se le presentan para su estudio (y lo que en ellas hay de verdadero) dentro de su historicidad concreta.  Es decir, con el apoyo de la Historia es posible valorar y reflexionar cada sistema de pensamiento con pleno conocimiento y conciencia de la civilización, la cultura y las coyunturas políticas y sociales que le correspondieron en su espacio y su momento (Marrou, 1999, p. 211).

Pese a este fascinante panorama, Henri-Irénée Marrou advierte sobre la posible desconfianza que podría presentar el filósofo con relación al papel de la Historia en su área del conocimiento, por el riesgo de relativismo que su participación conlleva (1999, pp. 212-214).  No obstante, para este historiador francés la solución al problema está en el ejercicio correcto del oficio (Marrou, 1999, p. 215) y en la valoración de la Historia como una herramienta para el enriquecimiento y el redescubrimiento, más que como una escuela para el relativismo (Marrou, 1999, p. 218).

Bibliografía:

Marrou, H. I.  (1999).  El conocimiento histórico.  España: Gersa.

Torres Fauaz, A. (2011). La historiografía y la teoría social. Una discusión desde la historia de lo premoderno. Reflexiones, 90(2), pp. 125-135.  Recuperado el 1 de mayo de 2016 de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=72922586009