Comentario sobre la definición de la historia.

Publicado septiembre 28, 2009 por andoninho
Categorías: Aportaciones

Por Andoni Rodríguez Vázquez

-No creo que podamos definir, o mejor dicho, calificar la labor histórica como estática… lo que se hacía (como historia) hace 2 mil y cacho de años con los griegos es muy diferente a lo que se hacía hace mil años con los medievales, como lo que se hace hoy en día difiere un poco de lo que se hacía hace como un siglo en alguna parte de la Europa llena de nazis.

     Ahora bien, que quiero decir con este punto…que la historia va cambiando con el paso del tiempo; se contextualiza segun la época y la sociedad (pero eso creo que ya queda bastante claro en clases, así que intentaré resumir las siguientes ideas como puntos que no planeo formen un texto, sólo una enumeración de ideas)

– la historia es parte del devenir; sí, claro ¿por qué no? la historia debe ofrecer una continuidad aunque pertenesca a sociedades diferentes (tanto en tiempo como en espacio); así podemos decir que tenemos más opciones de adquirir un experiencia histórica más directa y variada, elegir que tipo de camino nos apetese más. Debemos ser cuidadosos… creemos que «para entender la tarde nos basta con entender la mañana» pero la misma mutación del hombre entre sociedades contemporáneas (que pertenecen a la misma epoca) y entre generaciones nos dicen que aunque todo sea relativo…no podemos escapar de una concepción equitativa (vamos, somos capaces de todo lo que nuestra especie puede hacer, cualquier idea que surja en una cabeza en algún lado no significa que no pasa en alguna otra en  algún otro lado mucho, mucho tiempo después).

-El hombre al darse cuenta de su participación activa en la historia fija metas (para la ciencia) pero para lo hechos no (no podemos creer en un historiador que haga metas para los hechos, para el devenir, hay que darle su incertidumbre y dejarla tranquila). Más simple… como ciencia, la historia debe ser objetiva (o mejor dicho, lo menos subjetiva posible) dándole documentos, fuentes, cuadros, gráficas, construcciones de algún tipo (que tengan que ver con la mente) para que despues, yo, sujeto pueda darle significado con mi subjetividad (una subjetividad un poco más fllxible pero aún así muy regida por ciertas normas)

Ya para terminar, consideremos al otro en toda nuestra labor; no lo hagamos a un lado ni aislemos las cosas del hombre, porque gracias a él (en general a  nosotros, porque somos parte de esa especie) es que podemos hablar de hechos ligados entre sí, diferentes formas de pensar y todo eso, etc.

Conmemorar para re-encontrarse

Publicado septiembre 11, 2009 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Centenarios

Por Miguel Angel Guzmán López

Las respuestas que se han dado a la pregunta de si es motivo de celebración el cumplimiento del Bicentenario del inicio de la Independencia de México y Centenario de la Revolución Mexicana, han sido muy variadas, y se despliegan en una gama de posibilidades que van desde el más exacervado sentimiento nacionalista hasta la definitiva negación de todo motivo de celebración. Se abre entonces el debate entre quienes piensan que ambos movimientos sociales fueron completamente benéficos para el desarrollo socio-político del país y quienes piensan que no son más que hechos magnificados desde el discurso oficialista de los regímenes políticos que nacieron de ellos. Estas discusiones se tornan viciosas desde que unos sólo ponen su atención en los aspectos positivos de cada contienda mientras que otros hacen lo propio con los aspectos negativos, y al no haber una especie de balanza que permita saber qué tiene mayor peso entre ambas perspectivas éstas continuarán enfrascadas en disputas interminables.

Frente a este panorama se impone pensar en el cumplimiento de estos centenarios no como una celebración sino como una conmemoración, un traer a la memoria los acontecimientos que han marcado el ser social del pueblo mexicano tanto en sus aspectos positivos como en los negativos -pues lo negativo también forma parte de nuestra historia.

La finalidad de la conmemoración es la de re-encontrarse uno mismo, la de re-descubrir en nosotros mismos los elementos históricos que nos conforman socialmente y a partir de ello tomar una decisión respecto a lo que queremos hacer en el futuro inmediato o de mediano plazo.

Una conmemoración debe traer a la palestra las virtudes y defectos que nos caracterizan como pueblo y debe desembocar en la asunción de estos contenidos para la consiguiente toma de decisiones acerca de las acciones que habrán de realizarse para conseguir nuestros objetivos más anhelados. En otras palabras, se debe conmemorar para replantear nuestro proyecto de país y de mundo.

Por esto, es enteramente saludable hacer ese re-conocimiento, esa asunción de nosotros mismos, tal cuales. Negarnos esa posibilidad; pensar que es posible mejorar mediante la negación de los aspectos «incómodos» de nuestra historia, no es más que dar cauce al trauma, pues si se recuerda, todo trauma comienza con la negación.

Pero parece que es la negación la que caracteriza al orden político actual, dado a ver las luchas sociales como motivo de incomodidad, de pensar que los mexicanos somos perdedores porque «fuimos conquistados y colonizados» y por ello supuestamente habría que evitar que en la educación básica se siga reproduciendo la mentalidad del perdedor, eliminando entonces de los libros de texto ambos episodios históricos. ¿Qué debemos de pensar entonces? ¿Que para ser exitosos hay que ser como los yankees? Nunca lo seremos porque para ello es necesario no ser nosotros mismos.

Si actualmente la tendencia es la de olvidar esos «episodios vergonzosos que nos impiden triunfar», que no es otra cosa  entonces que el olvido de sí ¿Cómo esperamos construir un proyecto de nación? ¿Con qué bases vamos a elegir el camino que más nos conviene? No es de extrañar que partiendo de esta perspectiva, las acciones encaminadas a la celebración de los centenarios en el 2010 sean un verdadero galimatías ¿Cómo no si se niega a la historia? ¿Cómo no si no existe un proyecto de futuro?

La negación del pasado conduce a la parálisis del presente y a la desaparición de todo futuro. Por eso, mejor que dedicarnos a celebrar, consagrémos nuestras energías a conmemorar y planear nuestro siguiente paso.

Sobre algunos métodos y fuentes para la investigación histórica

Publicado agosto 29, 2009 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Reseñas

Por Miguel Angel Guzmán López

[Texto leído por al autor para presentar el libro del cual esta entrada toma el nombre, el 27 de agosto de 2009 en el Audtorio Euquerio Guerrero de la Universidad de Guanajuato, dento del marco de la VIIa edición de las Jornadas de Historia].

No cabe duda que cuando Luis González y González utilizó la frase todo es historia resumió en ella la esencia misma de la labor historiográfica tal y como se le comenzó a practicar desde la segunda década del siglo veinte, cuando a partir de la cada vez más fuerte presencia de los historiógrafos franceses (la llamada Escuela de los Annales) en el ámbito académico, de su país y de fuera de él, comenzaron a criticar y oponerse a la percepción rankeana de la investigación histórica, a la que erróneamente etiquetaban de positivista. Frente a ésta, la historiografía practicada por los galos se caracterizó, entre otras cosas, por abrir el abanico de posibilidades temáticas de los estudios históricos y con ello también el espectro de objetos que, bajo la calidad de vestigios del pasado, pasaron a conformar las fuentes del historiador.

            A la anterior prerrogativa del documento escrito y de información explícita se le sumó el interés por legajos escritos de información no necesariamente explícita y se añadieron nuevos tipos de fuentes tales como las artísticas, las arquitectónicas, las urbanísticas, las testimoniales, las estadísticas y, en general, todo objeto cultural emanado de las diversas sociedades humanas que han existido en el transcurso del devenir histórico.

            En ese sentido la frase de Luis González puede entenderse bajo un doble significado: primero, si se concibe por historia el acontecer temporal humano en su totalidad y, segundo, si dicha totalidad es susceptible de ser historiada. En suma, si la historia representa en primera instancia el acontecer humano y tal devenir deja huellas materiales (e inmateriales incluso), estos vestigios permiten al historiador el estudio, el análisis y la escritura de dicho acaecer, por lo tanto todo es historia.

            Así, el libro que hoy se presenta, Sobre algunos métodos y fuentes para la investigación histórica, coordinado por la Maestra Graciela Velázquez Delgado, constituye una afortunada muestra de la manera en como los historiadores aprovechan la información contenida en diversos vestigios del acontecer humano, así como de la forma en que se puede generar un acercamiento metódico a tales indicios. El texto está integrado por cinco ensayos derivados del diplomado sobre Metodología de Historia Regional que se impartió de agosto a septiembre de 2004 en la ciudad de León, Guanajuato, y en cada uno de ellos encontramos algunas ideas fundamentales para el estudio del pasado a través de diversos tipos de fuentes informativas, cada una de las cuales implica el dominio de un método específico de acercamiento.

            Este punto es muy significativo y conviene detenerse un poco en él, pues una de las más importantes consecuencias paradigmáticas que tuvo la ya referida apertura en la utilización de nuevas fuentes de información generó la necesidad de desarrollar métodos específicos para el aprovechamiento de estos vestigios, aunado a la necesaria aplicación del método histórico-crítico (que incluye a la heurística, la hermenéutica, la arquitectónica, la crítica y la estilística), ese sí desarrollado por la historiografía decimonónica. En otras palabras, la diversidad de temáticas que la historiografía francesa de siglo veinte introdujo a la investigación histórica condujo a la consideración de nuevos tipos de fuentes, las cuales a su vez demandaron el desarrollo de métodos para lograr el aprovechamiento de la información contenida en ellas.

            En particular, los trabajos historiográficos desarrollados por varias generaciones de historiadores formados en la Universidad de Guanajuato son herederos en muy buena medida del paradigma impuesto por la tradición francesa de los Annales, y en este sentido, cada uno de los historiadores que participa en esta publicación comparte con el lector algunos apuntes básicos sobre la manera específica en la que un determinado tipo de fuentes debe ser tratada para la obtención de información confiable para la investigación histórica.

             De esta forma, el texto que da apertura a la obra se titula Fuentes documentales e investigación histórica, de Rosa Alicia Pérez Luque, quien nos ilustra sobre varias cuestiones fundamentales que el historiador debe tener en cuenta para aprovechar la información contenida en las fuentes documentales o de archivo, sobre todo, de aquellas que están relacionadas con el manejo de los propios repositorios, mismos que existen de diversos tipos y que están organizados bajo diversos criterios. Rosa Alicia señala la importancia que tiene reconocer los instrumentos que dan orden a los acervos y permiten su consulta (tales como la guía, el inventario y el catálogo); señala también las diversas disciplinas auxiliares en las cuales se requiere estar lo más posible capacitado para consultar los archivos históricos, tales como la archivística, la diplomática, la paleografía, y la historia de las instituciones.

            El lector descubre entonces que el inicio de la investigación histórica basada en la información documental no se encuentra en el documento mismo sino en el necesario contar previamente con el conocimiento de los sistemas de acopio y clasificación de los testimonios impresos, de las medidas que permiten su consulta al público y del tipo de información que habría que esperar de un determinado archivo. Sólo después de considerar previamente algunas de estas cuestiones se puede iniciar con el trabajo sobre el documento mismo.

            Alicia nos advierte también que el valor de la fuente documental no se remite exclusivamente su contenido sino que también puede radicar en su materialidad como objeto (el tipo de papel empleado, la forma en que está encuadernada una serie de legajos, por ejemplo).

            Rosa Alicia cierra su participación proporcionando datos interesantes sobre algunos de los más importantes repositorios históricos de la región: el Archivo Histórico Municipal de Guanajuato (resguardado por la Universidad de Guanajuato y que ha sido el laboratorio en el que muchos estudiantes se han formado como historiadores), el Archivo Histórico Municipal de León y el Archivo General de Estado de Guanajuato. Estas tres instituciones han destacado por el cuidadoso trabajo de catalogación y conservación de sus acervos documentales, que permiten que los investigadores les consulten con relativa facilidad.

             En el siguiente texto, de nombre El uso de las imágenes en la investigación histórica, Javier Ayala Calderón, con su característico estilo didáctico, nos introduce a las primeras nociones que debe tener el historiador que pretenda trabajar con imágenes como principal fuente de información, iniciando con cuatro pasos fundamentales para la lectura de una imagen hasta llegar a tres principios orientadores de toda interpretación, pasando por una breve tipología de las imágenes (imágenes, símbolos, personificaciones y alegorías).

            El problema del historiador de las imágenes es doble, pues primero debe estar seguro de los elementos que conforman una imagen para luego hacer una interpretación certera de lo que dicha fuente quiere expresar. Ambas cuestiones, la identificación de lo que aparece graficado y lo que esto quiere significar, son primordiales para lograr un estudio historiográfico riguroso basado en el imaginario de una sociedad determinada.

            Para Javier Ayala una representación gráfica es también un texto que puede leerse si se conoce la manera de hacerlo. Sin embargo, no debe pensarse que una investigación del imaginario deja de lado a las fuentes escritas aunque sin que se considere superior unas respecto a las otras, pues como el propio Javier lo señala:

             “…aunque en algún momento resulta tentador suponer que al trabajar con imágenes se les usa siempre como fuentes de segunda clase que no aportan información por sí solas, puesto que siempre recurrimos a textos escritos para validar su interpretación, el equívoco desaparece cuando consideramos que incluso al trabajar con documentos escritos existe un proceso similar de contrastación entre ellos que permite validar los contenidos que les son comunes. Por lo mismo, no hay ninguna razón para suponer que cuando se confrontan una imagen y un texto, la primera dependa del segundo para comunicar su contenido pero no a la inversa”.

             La amenidad del escrito de Javier alcanza su punto máximo cuando aborda el tema de la sobre-interpretación y lo ilustra con los casos de la tumba de Pakal, las líneas de Nazca y la pintura de la última cena, de Leonardo Da Vinci, que se han vuelto populares gracias a los extravíos de diversos ufólogos y del novelista Dan Brown.

              César Federico Macías aborda en su ensayo Fotografía e historia regional un problema similar al del estudio de las imágenes alegóricas cuando pone su atención en las fotografías como fuente para la historia.

            Si  existe algún historiador que piense que una imagen vale más que mil palabras, ese historiador no es César y con justa razón, pues a pesar del gran prestigio que tiene la fotografía en el contexto de los medios masivos de comunicación, el investigador del pasado no puede dejar de lado la compleja labor de someter a la crítica a una fuente que es particularmente flexible al momento de adaptarse a diversos panoramas discursivos; así, una fotografía determinada puede adquirir nuevos sentidos dependiendo de los textos (iconográficos o alfabéticos) que lo acompañen, generando un proceso de mitologización lingüística y cultural.

            En ese sentido destacan dos ejemplos que César incluye, en los cuales la información proporcionada por el contexto altera la percepción de la propia imagen: en uno se pretenden ver en la fotografía las virtudes o los vicios que supuestamente caracterizaron a los personajes retratados, y en otro se usa una imagen de estudio para ilustrar la pericia militar de un caudillo revolucionario. En esta aberración del posible sentido de la fuente se genera la mitologización aludida.

            Por eso, de la mano de teóricos como John Mraz y Roland Barthes, César Federico duda en conceder credibilidad a la fotografía si no media un método bien estructurado de análisis. Pero ¿cuál es ese método? En el texto se exploran varios problemas y diversos niveles de examen que permiten ya comenzar a despejar la incógnita pero no lo suficiente como para ser concluyentes y por eso César se suma a Mraz cuando afirma que cada tipo de fotografía requiere un método diferente para trabajarla.

            Lo anterior no impide reconocer desde el principio del escrito –y de hecho, se resalta constantemente- que la fotografía constituye un documento para la investigación histórica sin la cual no será posible entender la historia de los casi dos siglos que han pasado desde su invención.

             A José Elías Guzmán López le toca llevarnos de lo visual a lo auditivo, pues en su texto La historia oral: un recurso metodológico para el estudio de lo regional nos introduce a las particularidades implicadas en el uso de los testimonios orales como fuentes para la historia.

            Dichas particularidades son: 1.- En primera instancia la fuente no es un objeto sino una persona a la que en el argot de los especialistas llaman “fuente viva”, 2.- Una vez entrevistada, la fuente viva, con ayuda del investigador, por supuesto, materializa su testimonio de manera que “se construye una fuente” que puede ser consultada en el futuro por alguien a quien ya no le tocará conocer a la fuente viva porque ésta muy probablemente habrá muerto. 3.- entonces la historia oral cumple con la doble intención de recuperar los testimonios del pasado y materializarlos para servicio de la posteridad.

            Después de hablar sobre los orígenes de esta variante metodológica, que podrían remontarse incluso a Heródoto, Elías señala los cuatro tipos de trabajo historiográfico que pueden desarrollarse con la historia oral: la historia oral temática, la historia de vida, la memoria colectiva y la tradición oral.

            Por otra parte, la historia oral tiene bien definido su procedimiento metodológico, que se contiene en cuatro pasos: la elaboración del proyecto, la realización de la entrevista, la transcripción de la misma, y el análisis y contrastación de la información.

            Si bien, la historia oral no está exenta de crítica, que va desde discusiones respecto a la objetividad de la fuente viva hasta la clara afirmación de que se obtienen resultados antropológicos y no historiográficos, es indudable que esta vertiente de la investigación histórica se encuentra lo suficientemente desarrollada y es tan frecuentada por los historiadores que puede decirse que tiene pleno derecho de piso dentro del gremio.

            El texto de Elías concluye con un listado que hace de algunas tesis de licenciatura que han empleado la metodología en historia oral.

              El texto de José Luis Lara Valdés, El patrimonio cultural, testigo de la historia, entre la teoría y la praxis de la Universidad de Guanajuato, cierra este panorama con el concepto de patrimonio, mismo que resulta más que significativo una vez conocidas los diversos tipos de fuentes historiográficas y sus respectivos métodos de estudio, pues se llega a reconocer a todas ellas como una herencia -si se quiere potencial pero herencia al fin- que nos dejan las generaciones de seres humanos que nos antecedieron; luego entonces la investigación historiográfica se descubre inmersa en un conjunto mayor de acciones que las orientadas por el mero propósito de la obtención de conocimiento del pasado y ahora resulta ser parte de un proceso de rescate, preservación, estudio y difusión de esa herencia cultural legada por quienes nos antecedieron. Esto constituye una razón de peso más para seguir formando historiadores en las universidades.

            Las fuentes con las que los historiadores trabajan, sean documentos de archivo, imágenes alegóricas, fotografías, testimonios orales, y un amplio espectro no abordado aquí como las tradiciones populares, las disposiciones urbanísticas, el arte y la literatura, constituyen parte importante del patrimonio de una nación; por ello es que al historiador, entre otros actores involucrados, compete no sólo el empleo de la información contenido en dicho patrimonio sino también la preocupación por su preservación, pues el patrimonio es una herencia que se hace al ser humano actual para que luego, a su vez, la herede a las generaciones venideras. Vista así la responsabilidad del estudioso del pasado deja de tener una justificación solamente epistemológica para adquirir una dimensión moral.

            Atinadamente José Luis Lara aborda el tema desde al ámbito universitario, porque esta responsabilidad moral no compete únicamente a los individuos separadamente sino también a las instituciones, muchas de ellas consideradas a su vez patrimoniales, como es el caso de la Universidad de Guanajuato, que a través del fomento a los estudios históricos, lingüísticos, sociológicos, filosóficos y jurídicos de nuestra sociedad; a través de la generación de profesionistas preocupados por los bienes patrimoniales de la sociedad en su conjunto, y mediante acciones que permitan impulsar el fomento a las expresiones culturales y artísticas, pueden marcar la diferencia entre el advenimiento de una sociedad corrupta, inconsciente y derrochadora, y una verdaderamente consciente de su propia identidad y más responsable, en términos políticos, de lo que significa administrar los bienes culturales de una nación.

             Como puede apreciarse, en este libro se abordan diversas alternativas tanto de las fuentes que el historiador puede utilizar para sus investigaciones, así como de los métodos que hay que tomar en cuenta necesariamente para lograr su aprovechamiento.

            Ante la variedad de fuentes y métodos a los que el historiador echa mano no ha faltado la crítica revisionista que dice que la historia es una disciplina que no tiene un método propio de trabajo y que tiene que recurrir a los desarrollados por otras disciplinas sociales. Nada más alejado de la realidad, pues como ya se había mencionado, desde tiempos de Ranke, al menos, se reconoce al método crítico como característico de la historia; por otro lado, aún si el historiador importa métodos de otras disciplinas siempre lo hace desde una perspectiva muy particular relativa a la manera en como concibe al tiempo: no solamente como un devenir de acontecimientos susceptibles de ser fechable, sino como lo señala Marc Bloch, una especie de éter en el que los acontecimientos están inmersos y mediante el cual adquieren su inteligibilidad.

            Para concluir, es importante resaltar la comprometida labor que los historiadores formados en la Universidad de Guanajuato están demostrando respecto a su propia disciplina y cómo este compromiso se ve materializado en esta obra en la que nuevamente se establece un vínculo con una sociedad cada vez más demandante respecto a la adquisición de conocimiento de sí misma. En horabuena para la coordinadora del libro y para sus ensayistas, en horabuena para la Universidad.

Contemplando la objetividad y subjetividad histórica

Publicado junio 20, 2009 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Aportaciones

Por David Clicerio Sánchez Bautista

Las motivaciones de los historiadores en algún modo siempre se ven reflejadas en sus letras, en algunos otros en sus labores o acciones, además de otras cosas como su contexto o sus posturas. De este modo es posible inferir o deducir el porqué de la escritura del historiador. Este elemento extra, proporciona en ocasiones más información de la que el producto (el texto) del historiador nos puede reflejar en un primer plano. Al investigarlo podemos obtener una historia completa. Los motivos son pues los factores que influyen en el sujeto para escribir, así nos podemos encontrar, por ejemplo, con un historiador alemán, que en su educación no le fue posible contemplar elementos constitutivos de la historia Alemana, dejando lagunas en sus descripciones y especializándose en los temas de su interés, éste es un caso de subjetivad histórica, pero existen muchos otros agregando su contra-postura, me refiero al plano de la objetividad.

Se considerara como objetivo, aquello que este más apegado a la verdad histórica, con un método, además del desarrollo de las ideas que serán de carácter fuerte en el plano histórico, además de un marcado desprendimiento de las pasiones que pudieran quedar plasmadas en el cuerpo del texto. Lo subjetivo será, la que es considerada como síntoma de un mal trabajo, débil en método, y con ideas cuestionables, empapado de la perspectiva del historiador.

Considerando lo visto en clase de Teoría de la historia, como temas de subjetividad y objetividad, este ensayo estará enfocado en solucionar y prolongar algunos de estos temas siempre en relación con el título del ensayo. Me basaré en distintos autores (ideas vagas), pero por la manera de escribir (considerándola como poética) tomare como principal a Marc Bloch, que  si bien no aborda el tema, si me sirvió como detonador de lo que estoy por realizar, además de considerar este como un tema que requiere de especial atención, por su sentido amplio de trascendental.

El tema me parece como una de las grandes ambigüedades que más se han tratado, pero como toda una ambigüedad de las que no se ha logrado conciliar como algo concreto, este sería el motivo de mi interés. Me parece que en esencia el tema sugiere pasiones desde el momento de escucharlo, tema digno de ser debatido una y otra vez, o las veces que sea necesario. Que además hay que denotar que será imposible llegara a un acuerdo en este, porque las mentalidades siempre estarán, al igual que la historia, cambiantes. Tengo la opinión de que nadie que difunda algo esta exento de aplicar en lo que difunde sus paciones.

Es pues importante decir que a lo largo del trabajo mi posición quedara ampliamente y claramente marcada, tomando la objetividad como un elemento de complemento pero no como algo que se vea evidente en las obras de los historiadores. Es decir, siempre somos subjetivos, o por lo menos cada que se nos permite serlo, es algo que nos gusta ser y de lo que no nos podemos ocultar. Emitir juicios, posiciones, opiniones, realizar crítica (constructiva o destructiva) es el alimento de muchas almas. Encontraremos inconformidades y desacuerdos por estas opiniones, que finalmente es uno de los propósitos, el ser criticado.

Nos encontramos con situaciones subjetivas, que son constitutivas y formativas de los hombres. Encuentro un ejemplo peculiar y bien identificado por los que nos dedicamos al estudio de lo histórico, me refiero a los que se pelean el titulo de Padre de la Historia, ya sea que estemos a favor de Herodoto o Tusídides, el primero identificado como subjetivo, y el ultimo como el precursor del prototipo de objetividad, mimo que después seria mejorado por otros tantos, tanto en forma de escribir como en el método, sólo por mencionar alguno, está Polibio o el oriental Ibn Jaldún.

Refiriendo mi experiencia, puedo decir que Herodoto se nos presenta como el Padre de la Historia por haber introducido el nombre a nuestra disciplina. Muchos comentarios he escuchado a cerca de que Tusídides es mejor; vale la pena decir que confrontando a estos dos grandes personajes; pero no se trata de buscar buenos o malos, sino de promover el dialogo con el objetivo de buscar la mejora de la disciplina, que considerando a los que nos interesamos por estas temáticas, me atrevo a decir que es la finalidad.

Retomando el tema de buscar buenos o malos, es necesario clarificar primero que nada, que ya de por sí es un tema inclinado a la subjetividad, es decir, que tomamos postura emitimos juicios (esta palabra cobra fuerza en la subjetividad). Lo que trato de decir es que tenemos la posibilidad de desobedecer lo establecido, o como lo decía un profesor (Francisco Almaguer) ser actores de la desobediencia constructiva y reordenar nuestro mundo, esta es una de las posibilidades que la subjetividad nos oferta, en ocasiones a un precio muy alto, pero también proporciona grandes satisfacciones, como ejemplos de esta desobediencia tenemos a Jesús de Nazaret, Cristóbal Colon, Lutero, Miguel Hidalgo, Porfirio Díaz, entre una muy amplia lista, en realidad creo que aquí se encontraría la mayoría de los hoy considerados héroes.

Es ya conocida la frase de: la historia nos juzgara, los historiadores en estos casos asumirán entonces el papel de jueces de los tiempos, y sobre estos cae la inevitable responsabilidad de emitir coherentemente esto juicios, de lo contario ellos mismos serán juzgados, por jueces mayormente feroces, sus colegas, como ya se vio en clase los juicios emitidos a los trabajos de los historiadores no son algo nuevo, de hecho el historiador debe estar siempre en disposición de recibir, emitir, digerir, y comprender estos juicios, así estará preparándose siempre para realizar lo que le ha de representar un reto mayor, el juicio de su propio trabajo y de sí mismo.

Ejemplos de carácter subjetivo sobre personajes subjetivos considerados como objetivos. Definitivamente este tipo de ejemplos es muy recurrente. Trataré de ser ordenado en lo que a continuación presentare como pruebas de lo que digo. Consideremos primero a los políticos griegos que legislaban o discutían para el bien de la democracia, y por ende de la polis, esta actividad es considerada como objetiva, pero su esencia es de carácter subjetivo, ya que se parte de la individualidad de algunos para marcar pautas en la vida de la gran mayoría. También están los reyes y los emperadores encargados de emitir y llevar a cabo los mandatos divinos. Hasta los mismos profesores, son selectivos con sus temáticas, personalidades y formas de proceder en las aulas con la finalidad de enseñar, elementos que por más nobles o enfermizos que sean no siempre cumplen su objetivo. Los políticos actuales creen ser objetivos, pero han sido desmitificados, ellos también son seres humanos mismos que como seres subjetivos también pueden equivocarse. Pero hay muchos otros ejemplos no tratados, como los clérigos, los empresarios, los DT de las selecciones de Fut bol, los presidentes, aunque todos comparten una característica, ser juzgados como buenos o malos (y yo lo relaciono como objetividad y subjetividad respectivamente, vasado lo tratado con anterioridad).

Del mismo modo nos encontramos con malos juicios, mismos que son excluyentes, ya que si la labor de algún personaje histórico no conviene a los fines de los intereses del poder es olvidado o solo mencionado en relación con la vida de aquel que si fue contemplado como Digno de Mencionar.

En ocasiones pareciera que la labor de un historiador que fue, es o será subjetivo, en los límites de su trabajo, siempre estará enfocado en hipnotizar a sus lectores, ya sea deificando o destrozando su objeto o sujeto de estudio, existirá definitivamente a quien no le guste que le hablen así. Es aquí donde entra lo preparados que podemos estar para confrontarnos con la verdad, en ocasiones una historia subjetiva proporciona más elementos neutrales a la sociedad (que finalmente es el primero y último juez del producto del historiador) que una historia objetiva. Tratando de clarificar más este punto diré que los mitos, cuentos, leyendas, son esa hermosa parte o porción de mentira que toda sociedad necesita, el problema radica en la magnitud aplicada. Los grandes problemas se presentan en las magnitudes desproporcionadas que la mentira lleve en sí. Que haríamos sin dioses, héroes perfectos, amantes idolatrados o imposibles, el mundo existe como tal una vez que el orden impero en éste, parte de este orden son las explicaciones o interpretaciones de lo desconocido, sofisticados mecanismos mueven este tipo de ideas metafísicas, tema que por el monto no será tratado.

Otro elemento es el morbo que se tiene para con las historias subjetivas, la sociedad exige estos factores, es el alguna medida el aderezo o catalizador de la sustancia histórica. Cada vez se venden más revistas de chismes y periódicos amarillista, dejando de lado el conocimiento de lo real, así el historiador se sitúa entre la subsistencia de su ser o la mediocridad (a los ojos de la sociedad). Se ha presentado una especie de divorcio entre algunos historiadores y las clases dirigentes de naciones, (económica y política) de este modo los lazos comunicativos entre estos elementos complementarios se ven frustrados afectando directamente el cómo se dirijan las ideologías, tal vez por no poder conciliar a los ideólogos con la sociedad es porque no se han logrado las revoluciones tan socorridas con anterioridad para solucionar problemas, esto es cuestión de enfoques y decisiones.

Tal vez si estas partes lograran conciliar sus diferencias podría existir la posibilidad de incrementar los modos de producir historia y también las formas de adquisición, proponiendo formas para el nuevo mercado, así los historiadores se convertirían en una especia de empresarios.

La moralidad lo subjetivo y lo objetivo. Los doctores realizan el juramento de Hipócrates. En el caso de los historiadores no es posible realizar un juramento de tal tipo primero habría que encontrar el nombre que llevaría el juramento (a Herodoto o a Tusídides), después el contenido de este, tema igualmente difícil, además de que quien falte a éste podría ser considerado como destructor o negligente, sino es que hasta asesino. En todo caso el contenido podría reflejar el interés por la búsqueda de los hechos verdaderos y su divulgación, así pues siendo objetivo o subjetivo la comunión seria compartida. También sería necesario establecer una especie de recinto o recintos inquisitorios donde se analicen los casos de aquellos que fallen a tal juramento, que en mi caso sería más adecuado que llevara el nombre de Tusídides.

Destrozar los argumentos objetivos es igual de difícil que tratar de hacerlo en algunos casos, con los subjetivos. Al parecer llevan en si una fuerza implícita por un lado nos encontramos con que por más que sea ilógico, tonto o erróneo, que sean los ideales subjetivos, es la postura de alguien, así se dificulta acabar con ellos, tal vez lo único que se puede hacer en estos casos, es ignorar. Por el otro lado están las ideologías objetivas, estas se sostienen solas, deben estar preparadas para soportar las embestidas de cualquier tipo de crítica.

Una coincidencia con la disciplina hermana (la filosofía) es la búsqueda de la verdad, pero solo en esencia, ellos lo hacen en el plano metafísico, nosotros en el de lo real, la coincidencia es lo trascendental. Una verdad subjetiva es considerada como incompleta o en su defecto como complementaria, una verdad objetiva siempre se acercara más a la verdad que se pretende, esta es una desventaja para la subjetividad. Pero este tema quedara más claro algunas señales que se desarrollaran después en el texto.

Otro tema es el de la libertar para escribir, la objetividad marca patrones, reglas, métodos, principios que deben de seguirse, la subjetividad también, pero de manera moderada, esto trastoca una área que desde mi punto de vista a ningún historiador debe dejar conforme, el historiador siempre debe de contar con la libertad para expresarse, aunque sería ingenuo decir que esto se da o se dio, por lo regular siempre nos encontramos al servicio de algún, políticos, instituciones, culturas, editores, y un largo etc, que marca las direcciones de los dos tipos de historiadores contemplados en este pequeño trabajo. La debilidad de la subjetividad radica en que en tanto más libre de métodos, su trabajo será más flexible y fácilmente atacado, por tal vez repetir lo antes pensado, aunque también seria ambiguo, ya que de su pensar constante alejado de factores que contaminen su meditación la producción del individuo pudiera ser la novedad o reinvención.

Dentro de todos los avatares que un historiadores se pueden encontrar en su andar, nos encontramos con el tema de las interpretaciones, ya de por sí es complicado caminar sobre tinieblas, como para complicarnos más con la falta de preparación propia o de nuestros maestros (todos los historiadores), al existir esto las interpretaciones que hagamos o re-hagamos serán erróneas, o perduraran en el error.

Un enfoque a modo de ejemplo de subjetividad, es mi posición de que hay y hubo (en exceso) historiadores inconscientes de serlo, consideremos a los que solo relatan o escriben su vida a modo de memoria o diario, finalmente dejan la huella de un tiempo, o los que cumpliendo otra función, como militares, exploradores, políticos, filósofos, así los testimonios y los modos de historiar también se modifican. Alguien podría argumentar en contra de esto pero también seria subjetivo, lo interesante de esto es averiguar cómo comparar y obtener un resultado objetivo.

Decidir, es importante, todos los días tomamos decisiones que por más pequeñas que sean afectaran nuestras vidas, o aún después de que nuestros cuerpos queden inanimados. Decidir, pues, es una labor de carácter subjetivo. Por ejemplo, he decidido tratar este tema, y tendré que acatar lo que de esta decisión traiga consigo, así pues el decidir conlleva consecuencias, mismas que deben de ser consideradas con responsabilidad. Esto muestra que el subjetivismo implica también responsabilidades, por lo cual también produce efectos positivos en los comportamientos y acciones humanas convirtiéndonos en seres más experimentados.

El tratar este tema me sitúa necesariamente dentro de la objetividad, ya que la manera de proceder tiene objetivo noble y la forma es ordenada, hasta cierto punto. Esto despierta en mí un conflicto existencial, pues vendrá a comprobar lo que será mi conclusión. El hecho de tener las dos facultades dentro de cualquier persona y considerar solo una a lo largo de la vida es vivir en un error. Jugar con los elementos constitutivos de los métodos establecidos además de retador y divertido es reconstructivo.

Los motivos del historiador se han desarrollado al igual que su método. En ocasiones podemos contar con relatar los sucesos que hacen grande a una nación, los que el historiador considere como dignos de mención, para evitar los errores que se cometieron en tiempos venideros, para exaltar la grandeza de la particularidad de un héroe que engloba una generalidad en contar su historia, y así se han presentado muchas, hoy en día la tendencia a modo de rebeldía es porque me gusta hacerlo, esto no siempre se presenta de manera clara, pero se puede inferir en los modos de escribir. Definitivamente es una respuesta hostil para justificar el porqué se escribe historia o porque se estudia la misma, esto se debe a que es una disciplina muy atacada últimamente, el hecho es que dentro de las sociedades en las que nos desarrollamos el individualismo es muy recurrido, siempre se escribe para ser leído, pero ahora importa tanto quienes lo lean aunque en sí el texto lleve la marca de para quien es, (nunca está de más especificarlo), nos encontramos pues en un momento de subjetividad. Al parecer con las últimas propuestas legislativas para los programas curriculares la respuesta a estas preguntas será porque no tenía nada  mejor que hacer.

La historia nos ha dado ejemplos claros de los comportamientos y cambios, Plutarco escribió para exaltar la moralidad, ejemplificando lo bueno y lo malo, lo primero como ejemplo de vida, lo segundo como suceso de experiencia en otros para no sufrir las consecuencias de los comportamientos, pero siempre en descripción de las vidas de personajes importante para su tiempo.

Una vertiente importante para el entendimiento de los tiempos y sus formas de entretenerse son las novelas históricas nacidas de lo real pero modificadas, considero yo, con la finalidad de ser un producto maleable, para públicos diversos. Aquí se despierta el sentido de la creatividad que todo historiador tiene, pero en mayor proporción, ya que darle vida al texto por sí solo y por fuerza de quien escribe, requiere de mayor dedicación en la creatividad. La extensión, modificación o evolución histórica se ve reflejada en estas expresiones.

Es subjetivo decir que lo escrito con anterioridad es subjetivo, por lo cual se le restaría a lo escrito objetividad, gran contradicción, ya que no sería mentir, seria la descripción de una realidad, así es como puedo representar lo referente a la verdad subjetiva, o por lo menos una porción de esta, no todo lo dicho subjetivamente debe ser depurado, al considerarlo más nos daremos cuenta de los grados de verdad que este tipo de trabajos contienen.

Interpretación subjetiva y objetiva. Las primeras están consideradas como erróneas, llenas de lagunas, con descripciones de carácter sentimental o pasional, ciertamente en el momento de tener que tratar con este tipo de información hay que tratar con pinzas su contenido, ya que es información cambiante. Ya mencionaba que de lo escrito con anterioridad, pueden resultar mutaciones informativas o refinamiento de la información.

En ocasiones las ambiciones de los historiadores se enfocan en lograr dentro del infinito alguna fuga de eternidad para sí, ¿qué sería más satisfactorio que la trascendencia?, los medios de cómo hacerlo no importarían en un estado inconsciente, pero en el moral si, más allá de esto es bueno saber encontrar la neutralidad o combinación ideal para obtener productos satisfactorios. Hará falta caminar demasiado, evitando los campos de rosales, cuidarse de las espinas de estos y no enloquecer con la hermosura de los pétalos de colores vivos o los olores deliciosos, estar consientes de que en ocasiones solo será posible contemplar y en ocasiones ni eso. Pero aún así será necesario y pertinente trabajar.

Bibliografía consultada.

Enciclopedia universal ilustrada europeo americana. Tomo 39, ESPASA-CALEPE, Madrid, 1964.

Bloch Marc. Apologia para la historia o el oficio de historiar, F.C.E. México, 1996.

La historia como autorrealización.

Publicado May 18, 2009 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Aportaciones

David Díaz Infante Maldonado.

La Historia como conocimiento se comprende como un puente formado por la relación pasado presente (aunque para algunos se antoja imaginaria) puesto que esta relación no puede ser refutada por el pasado, ya que ha perdido su presencia. En otros términos, el historiador hace una abstracción de la irrealidad (porque querámoslo o no, el pasado ha dejado de ser real en cuanto a que ya no existe sino a través del presente) y la adapta a una situación concreta, cuyos actores no pueden objetar nada, puesto que no existen. Es por ello que muchos historiadores prefieren manejar temas muy antiguos, para que no haya quien les pueda refutar sus investigaciones por ser un testigo presencial (no muy fiable, dicho sea de paso). Sin embargo el pasado, que alguna vez fue real (no discutamos esto, porque de aquí parte todo argumento que no quiera caer en el nihilismo) generó en su momento datos, en el caso de materiales, o secuelas, en el caso de los acontecimientos y de ellos nos podemos valer para tratar de describir los acontecimientos humanos del pasado. Ahora, estos datos no tienen significación si los partamos de su contexto, puesto que al aislarlos les negamos su razón de ser. Buscamos entonces comprender lo acontecido desde el presente, sí, pero con una visión del pasado. Es difícil de explicar pero podría resumirse en la eliminación de prejuicios, en un análisis detallado de las categorías que utilizamos para referirnos al pasado y de esa manera observar que debemos crear categorizaciones propias para cada momento histórico para no atribuir la trivialidad actual a las trivialidades del pasado. La manera en que debemos abordar al pasado no es simple y no hay un modelo que la establezca, pero al menos hay ciertas convenciones que seguimos en nuestra carrera por comprender lo inexistente. La más importante es el estudio de las fuentes, que a su manera hacen real la irrealidad y nos presentan fragmentos de lo que fue. Y así podemos comprender lo que nos es ajeno, y en cierta medida también lo que nos es propio. Este estudio puede resumirse en la operación hermenéutica, en las objetivaciones que hacemos a partir de nuestra capacidad de comprensión. Hay que decir que sólo reconocemos a lo ajeno por su semejanza con nosotros mismos, y con la escritura nos lo apropiamos. Ahora, ¿el historiador hace algún bien a la sociedad con u conocimiento histórico? Esta cuestión ha sido abordada por todo pensador serio de lo histórico, pero las respuestas que se han dado parecen no ir de acuerdo a las expectativas de nuestro tiempo. La historia sirve para divertir, para ensalzar, para dar ejemplos de vida, para moralizar, para conducir naciones, etc., etc., de acuerdo, ¿pero qué tan real es esto? Cada persona debe encontrar, si es que quiere “autorrealizarse”, algo que lo “llene”, y es la historia, para minoría social, lo que hace a ciertas personas tener un medio de esparcimiento, sentirse intelectuales e incluso superiores, ponerlos a reflexionar hasta las cuatro de la mañana sobre la importancia de los citaristas en la corte de Balduino II o cualquier tema igual de interesante. Pero es cierto que la historia como conocimiento cobra una importancia tal para estas personas que se convierte en un modo de vida, y se sienten parte de la historia como realidad. Entonces la historia, como ente superior hegeliano se realiza a sí misma y cobra una existencia cuya finalidad es hacer felices a un reducido grupo de personas. Y con eso le basta.

La Independencia de México desde una perspectiva compleja.

Publicado May 9, 2009 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Centenarios

 M. F. Miguel Ángel Guzmán López.

Nota: Este es un comentario a la conferencia Las complejidades de la independencia de México, del Doctor en Historia Marco Antonio Landavazo, presentada el 30 de agosto de 2007 en las instalaciones del Colegio de Historiadores de Guanajuato A.C., como actividad del programa de actividades del Seminario de Independencias de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. Posteriormente fue publicada en el Boletín del Archivo General del Estado de Guanajuato. Gobierno del Estado de Guanajuato. Dirección del Archivo General. Julio-Noviembre de 2007 (ISSN 1870-1752). 

            Hablar de complejidad es hablar del esfuerzo de dar cuenta de una realidad de manera irreductible a una sola de sus caras. Cuando se aplica este enfoque –desarrollado por las ciencias exactas, e introducido a la teoría social por Edgar Morín[1]– se pretende abordar a los fenómenos del mundo describiéndolos en la totalidad de las diversas relaciones, de diversa índole, que lo componen.

            En esta tesitura, el trabajo del Dr. Landavazo presenta una reflexión acerca de lo que, como él mismo lo señala, se ha convenido en llamar “la independencia de México”, para poner sobre la mesa las complejidades que guarda dicho proceso, estableciendo un contraste con las interpretaciones románticas derivadas de la modernidad decimonónica y del discurso revolucionario de principios del siglo XX, que se caracterizan por señalar que la Independencia constituye una ruptura total respecto a la época virreinal y que ésta fue propiciada completamente por el pueblo llano en busca de emancipación.

            De esta forma, Landavazo llama la atención sobre dos ejes desde los cuales puede apreciarse cómo esas interpretaciones románticas reducen a parcialidades la complejidad de un proceso histórico tan importante para la historia mexicana.

            El primer eje considera, por un lado, los sentimientos e intereses locales de quienes vivieron la guerra de independencia desde su comunidad y región, y por otro, las políticas de alto alcance -como las Reformas Borbónicas- que pueden ser consideradas causas del movimiento insurgente. El descontento social que se vivía en determinadas zonas de la Nueva España y que generaron levantamientos armados, más o menos exitosos, constituyeron expresiones locales en las que las razones particulares de los individuos explican en parte la insurgencia, pero estas manifestaciones locales no deben ser consideradas aparte de la configuración económico-política establecida a gran escala por la corona española, sobre todo a raíz de la llegada de la casa de Borbón a la misma, pues esto generó “… un caldo de cultivo propicio para la protesta social [porque esas medidas conllevaron que una buena parte de la población experimentara] un sensible deterioro en sus niveles de vida”[2]. De la misma forma no podría atribuirse a esas políticas, sin la revelación del descontento social local, el origen de la lucha independentista.

            El segundo eje está marcado por el binomio tradición y modernidad, de manera que plantea la cuestión de qué tanto puede considerarse a la Independencia un carácter de ruptura total respecto al periodo anterior. Landavazo explora entonces los orígenes ideológicos del movimiento, apuntando que a la atribución del pensamiento ilustrado francés habría que oponer el pensamiento político neoescolástico, predominante en el mundo español en aquel momento. Éste afirmaba que si bien “por derecho natural la potestad soberana venía de Dios, ésta pertenecía a la comunidad, de tal suerte que si los gobernantes no creaban un orden para el bien común el pueblo podía tomar medidas para remediar tal situación […] De igual forma, si la soberanía pertenecía a los pueblos, ésta regresaba a ellos mismos si el monarca faltaba, tal y como faltó Fernando VII al ser depuesto por Napoleón”[3]. Con esto se explicaría la inicial postura de los insurgentes de pelear para restituir a Fernando VII en el trono, pero no se descarta la influencia de las ideas modernas ilustradas y liberales, que tuvieron su expresión española en las Cortes de Cádiz, que poco a poco fueron imponiendo un modelo político caracterizado por el establecimiento de un régimen representativo, la separación de poderes, y las elecciones como método de formación del gobierno: “… el individualismo y la ciudadanía se imponen como formas de concebir al hombre en su relación con la sociedad, y empieza el declive del corporativismo como fundamento de la organización social; en fin, aparece y se difunde la libertad de opinión y de prensa y se crea el fenómeno moderno de la opinión pública”[4]. De esta manera se fusiona lo tradicional con lo moderno en el movimiento insurgente, con la aparición de textos, en cuyo discurso “…se haya la necesidad de legitimar la resistencia a Napoleón y la obediencia al rey, y constituir los nuevos poderes. Pero por la forma en que se producen, acarrean transformaciones profundas: por un lado rompen con el esquema vigente en el que era atributo exclusivo de las autoridades la publicación de textos o su control, pues la iniciativa viene ahora de la sociedad; y por el otro las circunstancias llevan a imprimir y reimprimir una enorme cantidad de textos [que constituyen el] germen de un futuro espacio global de opinión”[5].

            Esta complejidad, en todo caso, es mejor apreciable en la medida en que la guerra de independencia de México constituye una coyuntura histórica y que, por ende, implica un momento en el cual se genera un cambio en el que muchos aspectos de carácter estructural se modifican o definitivamente pierden su vigencia, pero no en todos los casos, ni en todos los niveles suelen presentarse dichos cambios. Las coyunturas históricas representan un reto al historiador en la medida en que siempre es difícil establecer la profundidad, la dimensión y los alcances de las transformaciones que en ellas se presentan. Tienen además la característica de que en ellas los hechos son fulgurantes y  no permiten apreciar muy fácilmente el nivel estructural profundo –el tiempo medio braudeliano-, de manera que se convierten en campo fértil para el romanticismo. No hay duda, empero, que los momentos coyunturales son esenciales para entender a la historia como un proceso; no puede haber estudio histórico que prescinda de ellas.

            Es atinada entonces la propuesta de Marco Antonio Landavazo de reflexionar un momento coyuntural, como es la Independencia de México, partiendo de la perspectiva de lo complejo, pues si bien no hay historiador que niegue la complejidad de la coyuntura misma, hace falta desarrollar un discurso acorde con esa realidad. La propuesta apunta a la generación de interpretaciones no reduccionistas de la historia (hasta ahora basadas en la premisa X es A ó B) que planteen los problemas en términos de X es A y B.

            Es posible que, dentro del marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México, esta perspectiva constituya una de las novedades en cuanto a las nuevas interpretaciones que se hacen de este proceso histórico. ¿Qué tan exitosa puede ser entre la comunidad académica? No es viable decirlo ahora, pero conviene estar atentos a su emergencia y desarrollo ulterior.

 


[1] El pensamiento y propuestas de Edgar Morín (Filósofo y político francés de origen judeo-español (sefardí), nacido en París el 8 de julio de 1921) se enmarcan dentro de lo que se llama la  Ciencia de la complejidad la cual fue conformándose alrededor de las décadas 50-60 del Siglo XX,  cuando el Método Científico clásico y su enfoque reduccionista  entra en crisis  ya que éste no permitía, desde distintas especializadas e incomunicadas disciplinas,  comprender fenómenos  (políticos, económicos, naturales, sociales) que  eran estudiados  por separado, no pudiendo dar cuenta  de fenómenos que solo se daban a partir de la interacción de grandes colectividades de elementos, pues tal enfoque reduccionista explicaba el todo  a partir de sus partes, sin tomar en cuenta que un elemento estudiado por separado, individualmente, no  genera propiedades que emergen solo cuando entran en interacción con otros elementos – el ejemplo típico del pánico, las guerras, las actuales grandes caídas en el mercado, o las organizaciones sociales.

[2] Landavazo, Marco Antonio, Op. Cit. p. 3.

[3] Ibid, pp. 12-13.

[4] Ibid, p. 17.

[5] Ibid, p. 18. La frase “germen de un futuro espacio global de opinión” es retomada por Landavazo de François Xavier Guerra, “El escrito de la revolución y la revolución del escrito. Información, propaganda y opinión pública en el mundo hispánico (1808-1814)”, en M. Terán y J. A. Serrano Ortega (eds.), Las guerras de independencia de la América española, México, El Colegio de Michoacán, INAH, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2002, pp. 125-147.

Apunte 1: ¿Tiene fin la labor del historiador?

Publicado marzo 27, 2009 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Apuntes del curso

M. F. Miguel Ángel Guzmán López

¿Puede el historiador aspirar a escribir la historia en su totalidad? ¿Pensar que algún día ya no habrá qué decir sobre el pasado?
Advertencia inicial: no se aborda aquí el problema del fin de la historia propuesto por los posmodernos: no se habla del fin de la historia como proyecto occidental moderno sino del acto simple de dar referencia del pasado humano.
La finalidad del trabajo del historiador no es la de terminar de escribir la historia como si ésta fuera una tarea por concluir; si bien siempre es importante seguir investigando para tener un cuadro más informado acerca de nuestro pasado, nunca podrá afirmarse que ya no queda más que agregar. Esto sucede así por el devenir mismo de los acontecimientos sociales, que dependen de la existencia de los seres humanos: mientras los siga habiendo seguirá escribiéndose historia, no habrá nunca hombre o mujer que dé cuenta de la extinción de la humanidad.
No hay que descorazonarse si encontramos que la labor del historiador es infinita; la finalidad de escribir historia no es completar una obra ni decir la última palabra acerca de un acontecimiento en particular sino descubrir lo que el pasado representa para quien lo cuestiona en el presente.
Podríase decir que adjunto al propósito epistemológico de la investigación histórica, que radica en la obtención de nuevos conocimientos de lo pretérito, se encuentra un propósito existencial que tiene que ver con lo que el pasado significa -y resignifica constantemente- en el presente.
Esto hace conexión con el problema de la diversidad de versiones que sobre un mismo hecho dan cuenta los historiadores. Sin pretender resolver un problema tan complejo, se puede adelantar la afirmación de que no es el pasado el que cambia sino el que le hace preguntas desde el fugaz presente. ¿Aquí radica la subjetividad: en cambiar incesante e irremediablemente nuestra perspectiva histórica? Afortunadas las ciencias naturales, pues sin importar la renovación de las generaciones de científicos, el agua, por ejemplo, sigue evaporándose a los cien grados centígrados al nivel del mar: es un hecho ahistórico. Mas si saber el dato de la evaporación tiene repercusiones importantes para la humanidad, éstas repercusiones son de carácter social y por tanto históricas ¿Algún químico puede explicar dichas repercusiones desde una posición ahistórica? ¿Su respuesta sería subjetiva por enunciarla desde una inevitable condición histórica?
Si la naturaleza de lo histórico implica necesariamente su historicidad ¿cómo esperamos reducir los histórico al cumplimiento de una ley general, ahistórica en consecuencia?
La historicidad del propio historiador hace que el pasado pueda ser entendido a la luz de esta condición. El valor de la investigación histórica radica pues en que permite conocer mejor el pasado a la luz del presente. No podemos esperar entonces que nuestra labor concluya al sexto día y en el séptimo descansar.

La historiografía de cara a la celebración de los centenarios

Publicado marzo 27, 2009 por Miguel Angel Guzmán López
Categorías: Centenarios

M. F. Miguel Ángel Guzmán López

Hay un texto breve del insigne historiador Luis González y González titulado De la múltiple utilización de la historia, publicado como parte del libro Historia ¿para qué?[1], en el que participan varios intelectuales renombrados, con textos en los que ofrecen su respuesta al cuestionamiento que da nombre al libro.
Como respuesta a la interrogante, Luis González habla (veladamente inspirado por una de las Consideraciones intempestivas de Nietszche) de cuatro formas de utilizar el conocimiento histórico, representadas por cuatro tipos de historias: la historia anticuaria, que se ocupa de recuperar los detalles divertidos, románticos y anecdóticos, cuya finalidad es la de proporcionar al lector una perspectiva recreativa del pasado; la historia de bronce, que busca fomentar los valores nacionales y patrios mediante la exhaltación o la denostación de ciertos personajes, transformándolos en héroes o villanos (lo que llamaríamos una “historia oficial”); la historia crítica, que pone en tela de juicio los hechos realizados por un régimen político o un estado de cosas del pasado, en búsqueda de un mejor porvenir; y finalmente la historia científica[2], que tiene por objeto comprender el pasado de una manera imparcial y objetiva.
La respuesta de Luis González es muy interesante en varios sentidos. Mediante ella, en primer lugar, se da cuenta de que no es posible dudar de la utilidad que tiene el oficio de historiar para el mundo presente, pues resulta que no sólo puede servir para una cosa sino al menos para las cuatro ya mencionadas: disfrutar, formar valores nacionales, criticar las acciones del pasado, y comprender el pasado con un ánimo científico. Frente a ello, y en segundo lugar, se obtiene una nueva lectura de la pregunta inicial Historia ¿para qué? pues deja de lado la connotación escéptica para descubrir un sentido sorprendentemente dúctil (la historia es para lo que quieras emplearla) que deja a un lado la idea de que la historia sea un saber inaplicable a la vida cotidiana en el presente. Pero sobre todo es recuperable el hecho de que no existe una sola historia sino varias, no en el sentido relativista de que cada quien tiene su verdad, sino en un sentido epistemológico que lleva a concluir que existen varias prácticas que se identifican con el acto de hacer historia y que todas ellas coexisten en nuestro tiempo, pese al desarrollo, desde el siglo XIX, de una historia científica, que se ha desarrollado, sobre todo, hacia el interior de los claustros académicos universitarios.
Al parecer, la historia científica de la que habla Luis González no ha marcado una frontera tan nítida, como lo han hecho otras disciplinas, respecto a los saberes y prácticas que han antecedido al logro de su estatus científico (como la Química frente a la alquimia). Sin embargo, es posible que la coexistencia de estas diversas formas de hacer la historia suceda debido a que siguen siendo pertinentes en diversos niveles y para, efectivamente, diversas finalidades. Podría decirse que no han caído en desuso.
Este antecedente es importante porque, al acercarse la conmemoración del Bicentenario del inicio de la guerra de independencia de México y del Centenario de la revolución mexicana, es notable cómo estos diferentes tipos de discursos se entrelazan generando discusiones en las que se pierde de vista la dimensión desde la cual se habla acerca de ambos procesos históricos. El caso más notable, aunque no el único es el del libro publicado por Macario Schettino Cien años de confusión. México en el siglo XX (México: Taurus, 2007), en el que el autor dedica sus esfuerzos a demostrar que la revolución mexicana es un mito generado por los gobiernos emanados de ella, y si bien esto puede decirse respecto al discurso oficial del PNR-PRM-PRI-gobierno, que efectivamente utilizó este hecho histórico como justificación de su hegemonía política, no puede englobar dicha afirmación a la serie de transformaciones sociales que le dieron a la cultura mexicana contemporánea su identidad. Entonces es importante reconocer que la discusión que Macario Schettino pone sobre la mesa se sitúa en el nivel de la historia crítica respecto a la historia de bronce revolucionaria, pero no en el nivel de la historia científica en la medida en que su esfuerzo es más crítico que comprensivo; obedece más al posicionamiento ideológico que a la búsqueda del conocimiento del pasado.
Pero el tremendo impacto mediático que tiene este discurso no cuenta, por otro lado, con un suficiente contrapeso de parte de los historiadores académicos, que se preocupan más por los problemas epistemológicos de la propia disciplina o por los resultados que arrojan las vastas investigaciones archivísticas, condicio sine qua non un trabajo de historia científica no puede ser tal. No existe este contrapeso, además, porque la preocupación del historiador académico por generar una visión imparcial y objetiva del pasado hacen que regularmente no se sienta con el ánimo de incursionar en el peligroso terreno de la discusión política (y por tanto, ideológica), cosa en lo que, por cierto, no les falta razón.
Sin embargo, el historiador universitario no puede dirigir su discurso exclusivamente a la academia sino que debe ayudar a que exista en la población en general una idea clara de lo que se entiende por hacer historia, y si bien no se trata de convertir al experto en un militante político, sería importante que lo hiciera como un difusor no sólo de los hechos históricos sino de la naturaleza epistemológica de su disciplina y los problemas que en ese sentido se discuten hacia adentro de la facultad. De esta forma la contribución final consistiría en formar en la opinión pública una idea de la historia menos lineal, alerta al uso político que se puede hacer de los contenidos históricos, y consciente de que la historia es mucho más de lo que siempre ha pensado: es más que un simple listado de hechos, ordenados cronológicamente, con pretensiones de verdad absoluta.

[1] Pereyra, Carlos et. al. Historia ¿para qué? 17ª ed. (1998). México. Siglo XXI.
[2] En adelante seguirá apareciendo el término historia científica para establecer el vínculo con la propuesta de Luis González, no para introducir al lector a la discusión de la cientificidad de la historia ni para fijar en ese sentido la postura del autor.